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“Cuiden con recelo sus libertades públicas. Sospechen de cualquiera que se acerque a dichas joyas. Desafortunadamente, nada podrá preservarlas mejor que el uso de la fuerza. Apenas cese esa presión, estarán arruinados. El mayor de los objetivos es que todo hombre esté armado, que todo hombre que tenga la posibilidad, tenga un arma de fuego”.
– Patrick Henry (1736-1799)
Los tiroteos que han tenido lugar en distintos momentos y lugares de los Estados Unidos, aunados al aumento de muertes por balas perdidas (Fuente AQUÍ), han hecho que algunas personas renueven sus fuerzas para presionar en favor de estrictas leyes de control de armas de fuego. Lamentablemente, estos argumentos emocionales que buscan desarmar a los delincuentes, podrían terminar teniendo consecuencias opuestas a las buscadas; y si no me cree ¡visite América Latina!
No hay dudas que las armas de fuego son peligrosas, pero no son tan peligrosas como mucha gente cree. En los Estados Unidos existe tres veces más posibilidades que una persona resulte herida en un accidente vinculado con fuego a que lo sea por un arma de fuego; la cantidad de personas que mueren en accidentes vinculados a armas de fuego es igual a un tercio de la cantidad que mueren ahogadas; los accidentes relacionados con el uso de bicicletas matan muchos más niños que los accidentes vinculados al uso de armas de fuego; el vehículo de motor promedio tiene doce veces más posibilidades de causar la muerte de una persona que el arma de fuego promedio.
Un criminal que está dispuesto a violar la ley haciendo uso de un arma de fuego, no tendrá ningún miramiento para obtener un arma. En suma, el único efecto real del control de armas es desarmar a aquellas personas que respetan la ley; por ello mismo fue que en 2019 se hizo efectiva una Carta abierta al Congreso de los Estados Unidos firmada por 287 economistas, profesores de derecho y demás académicos de las ciencias sociales, en cuanto a las propuestas de legislación que, en aquel entonces, buscaban obtener el control de armas.
Resulta útil comprender que el control gubernamental es verdaderamente imposible. En el improbable caso que la totalidad de las armas de fuego de los Estados Unidos desaparecieran mágicamente, los delincuentes podrían reabastecerse muy rápida y fácilmente. Utilizando el mismo método con el que logran importar una enorme cantidad de drogas ilegales, podrían importar un mínimo de 20 millones de revólveres en el lapso de un año.
Por otra parte, es sorprendente saber que la fabricación casera de armas de fuego no requiere más herramientas que las que cualquier americano tiene en su garaje. Para armar un revólver casero tan solo se requieren: un tubo plástico, cinta de embalaje, un alfiler, una llave, un poco de madera tallada con cuchillo y algunas banditas de goma. Y ni hablar de la capacidad que tiene una impresora 3D hoy en día para imprimir una Glock perfectamente funcional.
En muchos casos, y lejos de lo que pudiera pensarse, el uso de armas de fuego tiene grandes beneficios. Un muy buen ejemplo de los efectos positivos de la libertad de adquirir y portar armas de fuego es el explicado por David B. Kopel del Cato Institute en su publicación Trust the People: The Case against Gun Control (Fuente AQUÍ), donde nos dice (las negritas que aparecen en el texto citado y traducido al castellano, son mías):
“En 1966, la policía de Orlando (Florida) decidió responder a una fuerte ola de violaciones, promocionando en todos los medios locales un programa de entrenamiento en el uso de armas de fuego destinado a unas 2.500 mujeres. Al año de realizado el entrenamiento, la tasa de violaciones disminuyó el 88% y los robos cayeron el 25% en Orlando. Ninguna de las 2.500 mujeres entrenadas tuvo la necesidad de disparar su arma en ningún momento, pero el efecto de la publicidad fue suficiente para disuadir a los delincuentes. Cinco años más tarde, la tasa de violaciones en Orlando se mantiene 13% más baja que antes del inicio del programa de entrenamiento, mientras que en las áreas que rodean la zona metropolitana, la tasa ha crecido un 308%”.
Las armas de fuego no sólo permiten que los ciudadanos se defiendan, sino que además brindan protección a aquellos individuos que deciden no poseer armas de fuego, ya que los delincuentes no tienen la posibilidad de saber quiénes están armados y quiénes no, antes de llevar a cabo un acto criminal.
Si el gobierno de los Estados Unidos no le permitiera a la gente utilizar armas de fuego haciendo uso de su libertad, entonces estaría violando la segunda enmienda de su Constitución, la cual garantiza el derecho de las personas de tener y portar armas de fuego.
Es importante recordar que la única vía con la que cuenta el gobierno para ejercer un efectivo control de armas es la violación de las libertades individuales, tales como el derecho a la propia defensa y la irrupción en la intimidad de sus hogares. Por medio de procedimientos de inspección e incautación, el gobierno estaría violando una vez más la ley –la cuarta enmienda a la Constitución nacional, en este último caso–. En consecuencia, el control de armas y la declaración de derechos de la Constitución de los Estados Unidos ¡no son compatibles!
Lo que sí deberíamos preguntarnos es ¿por qué deben las personas defender sus propias vidas? Porque el gobierno no cumple con el objetivo de proveer un entorno seguro donde vivir, la que quizás, sea su función más importante.
¿Qué solución piensan algunos políticos norteamericanos darle a este último problema? Intentan limitarse a prohibirle a la gente el derecho de protegerse.
Si realmente nos interesa salvar vidas, debemos preocuparnos por ver no solo los eventos desafortunados que se muestran de manera amarillista en las noticias, sino también las cosas horrendas que no ocurren gracias a que la gente puede defenderse. No existen entonces razones para que los políticos deban escuchar argumentos puramente emocionales que desarmen inconstitucionalmente a sus ciudadanos.
* Eneas Biglione es Presidente, fundador y Chairman de la Junta Directiva del Thomas Jefferson Institute for the Americas de los Estados Unidos.
El presente artículo fue publicado en El Bastión de Colombia.
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