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De una u otra manera, hubo gobiernos anteriores que declararon la guerra a los precios, no es novedad. Los que vivieron los gobiernos de Juan Perón deben recordar que inició una campaña contra el alza de precios de dos meses. No faltaron inspectores y fiscalizadores, todo un equipo que desfiló, incluso, en la plaza de Mayo bajo la atenta mirada del Presidente. Se hicieron más severas las leyes vinculadas al agio y a la especulación y se establecieron precios máximos. Los almacenes, tiendas, e infinidad de comercios, fueron controlados, las fajas de papel que indicaban la clausura de los negocios produjeron quiebras y pobreza, casi siempre a pequeños comerciantes, a quienes se los culpaba del aumento de los precios. Mucha gente fue a la cárcel y se aplicaron numerosas condenas, desatando el miedo y la opresión. Los resultados no fueron, sin embargo, los que se esperaban, como tampoco lo serán ahora, aunque el secretario de Comercio Roberto Feletti siga amenazando, los precios seguirán subiendo, como antes, se fomentará el mercado negro y la corrupción, siempre pasa cuando se disminuye el sector privado, hay menos observabilidad y más posibilidades para conductas deshonestas.
Esta política, aplicada tantas veces en nuestro país, basada en el fraude y el engaño de hacerle creer a la gente que mediante la coerción y el miedo se protege sus intereses, seguirá envenenando el clima comercial y laboral. El resultado siempre será el mismo: los precios continuarán subiendo, la vida resultará cada vez más difícil, principalmente para las personas de modestos recursos.
¿No habrá llegado la hora, ante tanta evidencia en contra, de cambiar la estrategia responsable de tales fracasos? ¿De qué sirve, cuando ya no se aplica en casi ningún país libre del mundo, salvo en épocas de guerra o de grandes emergencias nacionales? ¿Hasta cuando estaremos sometidos a ella?
INTERVENCIONISMO
Hoy, como ayer, las fuerzas del trabajo están impedidas de actuar debido al régimen de controles intervencionistas, la consecuencia más funesta es la carestía de vida, los precios siguen subiendo inexorablemente, sin que ello reporte beneficio alguno, constituyen una carga absolutamente inútil y estéril y no un sacrificio consciente destinado a superar una gran emergencia nacional. No suben por efecto de la especulación, como se pretende hacer creer, sino porque no estamos haciendo nada concreto por atacar las causas reales de nuestra decadencia económica, que son las que provocan el aumento de los costos.
Si la especulación fuera el motivo real del alza de precios, ¿por qué aumentan todas las cosas que dependen de la acción del Estado, todas las que directa, o indirectamente, están sometidas a su control? Es que hay orígenes reales, profundos, que no se explican tan fácilmente, cuando se le atribuye, de mala fe, al afán de lucro de los comerciantes.
Los precios suben porque cada día producimos, relativamente, menos bienes y servicios y cada día emitimos, comparativamente, más moneda. Suben, también, porque los industriales y comerciantes no pueden trabajar libremente sino que deben dedicar la mayor parte de su tiempo y energía a atender los problemas que les trae las intromisiones del Gobierno; nadie tiene interés ni posibilidad de trabajar ni esforzarse en esas condiciones, todos se limitan a esperar que se modifique el sistema autoritario vigente; mientras no se deje a la gente de trabajo resolver sus propios problemas harán lo estrictamente indispensable y derivarán sus problemas al Gobierno.
Los políticos a los que le conviene estafar a la ciudadanía, logran influir al Gobierno para que mantenga el control autoritario de la economía, ya son conocidos por los argentinos, si siguen en el poder mantendrán estos procedimientos y la carestía de la vida, por lo cual, la decadencia argentina continuará su marcha fatal hacia extremos que habrán de constituir una verdadera tragedia nacional.
PROPAGANDA VENENOSA
La propaganda socialista y nacionalista que nos ha envenenado durante tantas décadas, no nos anima a resolver el problema del petróleo y de la energía eléctrica, ni ningún otro que tenga relación con explotar, como se debe, nuestros recursos naturales, ¿de dónde, entonces, habremos de sacar el combustible y la fuerza motriz para nuestras fábricas y, por lo tanto, cómo se podría aumentar la producción de bienes de consumo?
Mientras no se encaren los aspectos fundamentales de la producción, esta suba de precios es del tipo de las que no tienen remedio y de las que contribuyen a un sacrificio absurdo y sin sentido. La solución es otra, no la que se está ofreciendo, es muy simple y evidente: desarrollar al máximo nuestros recursos naturales y crear condiciones favorables para una economía libre. De este modo, la suba de precios tendría otro sentido, serviría para estimular la producción y al poco tiempo los precios bajarían como ocurre en todo el mundo desarrollado. El alza transitoria de precios tendría el sentido de un sacrificio constructivo, todos estarían dispuestos a soportarlo porque no duraría y llevaría, en sí misma, el germen de la recuperación. Todos sabrían que estarían soportándolos mientras el aprovechamiento de los recursos estaría trabajando a su favor.
Bajo las presentes condiciones, dentro del sistema intervencionista desarrollado por el Gobierno y utilizado por algunos, que aspiran a constituir el siguiente, como bandera, no hay esperanzas para los sectores más pobres, entre ellos los jubilados.
En una sociedad económicamente en decadencia y donde la distribución de la riqueza, o mejor dicho la distribución de las estrechez, está en manos de funcionarios del Estado, los jubilados siempre llegaran tarde a la mencionada distribución, son a quienes les afecta principalmente el encarecimiento brutal de la vida y los que deben soportar, con menos medios para defenderse, las consecuencias del progresivo deterioro.
Solo un país rico, con todos sus recursos naturales en explotación y en el cual imperara la libertad económica y social que permite a cada uno luchar en provecho propio para mejorar sus condiciones de vida, podría proporcionarle a los jubilados atender sus necesidades básicas. Actualmente, quienes habiendo trabajado toda la vida, tienen el derecho a exigir una jubilación que les permita desenvolverse dignamente, no pueden hacerlo.
PRODUCTORES DE ESCASEZ
El nacionalismo y el dirigismo económico solo son capaces de producir escasez de bienes y a más largo plazo engendrar dictaduras, impiden el aprovechamiento de nuestras riquezas, frenan egoístamente al hombre de trabajo, igualándolo al indolente y al perezoso, y provocan la declinación del nivel de vida que afecta a todos, pero principalmente a los que viven de sueldos o pensiones más o menos fijas. Con esta política no hay solución para ellos, ni para los miles de servidores del Estado, tampoco para los pequeños rentistas y empresarios, en general para nadie que dependa de su salario o de modestos ingresos fijos.
Terminar con este sistema económico que nos aprisiona y debilita no es tarea de ninguna academia, solo puede dar resultado actuar políticamente para llevar a los ciudadanos la seguridad y confianza que se necesitan para realizar la obra, con un partido que sea el instrumento adecuado para llevarla a cabo con tenacidad y altura, que obligue a la vieja política a discutir públicamente los temas que preocupan al país. Se debe hablar a la gente con un lenguaje diferente, claro y valiente, el lenguaje de la verdad porque en la incontenible reacción de la opinión pública está el germen del cambio, cuando la misma esté suficientemente informada sobre la realidad de las causas de nuestros males, se logrará aniquilar la mentalidad estatista. Se entenderá que la libertad económica no es una aspiración filosófica sino un método para producir más.
CEGUERA TOTAL
Los Fernández tienen una ceguera total, persisten en dar a la gente la sensación de que defienden sus intereses mediante la fijación de precios cuando en realidad la prosperidad de la sociedad depende de la del individuo. Están convencidos de que el sector capitalista se nutre de la pobreza de la clase trabajadora cuando la verdad es la opuesta, la prosperidad de los capitalistas depende, directamente, del poder de compra de la masa consumidora, compuesta en su mayor parte por los sectores obreros.
Nos desenvolvemos en una economía decadente, comprimida y ahogada por el Gobierno, el cual nos está precipitando a una crisis cada vez más aguda, no se ha puesto en marcha ningún factor capaz de promover su superación, no se avanzó en algo tan importante como el autoabastecimiento de petróleo, ni en la resolución de otros problemas fundamentales. No queda otra salida que animarse al cambio, aunque al principio provoque algunos problemas ocasionados por quienes son beneficiados por el mal manejo del Estado.
Ya hay varios políticos que están preparándose para dar batalla. ¡Ojalá triunfen las ideas basadas en la libertad! Sarmiento contó cual era su secreto para ejecutar las obras que emprendía: ponerse a hacerlas desde que concebía la idea de la necesidad y sus ventajas. Haciéndolas, decía, es como se palpan las dificultades, y se encuentran los medios para realizarlas.
* Elena Valero Narváez es historiadora, analista política y periodista. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia y Miembro del Instituto de Economía de la Academia de Ciencias Morales y Políticas. Premio a la Libertad de Fundación Atlas 1853. Autora de “El Crepúsculo Argentino”, publicado por Editorial Lumiere en 2006.
El presente artículo fue publicado en La Prensa.
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