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Cristina Fernández de Kirchner como todo gobernante populista, pretende ser la encarnación de la voluntad del pueblo y por ello cree que todo le está permitido.
El Congreso aunque sigue existiendo, es débil, por sus manotazos que buscan la manera de subordinarlo, como también a la Justicia; no desea que nadie se le oponga. En su pretensión de personificar a la mayoría, considera antidemocrática toda resistencia a sus designios, el líder que lleva en la cabeza no puede ser derrocado porque fue elegido mediante elecciones. Se cree infalible, basta ver la suficiencia con la que se expresa, para reinar necesita exterminar todo lo que socave su poder; le pide a Alberto Fernández que sea duro, que use el lápiz con los que no se subordinan, que aplique medidas de represión severas y que respete su autoridad a pie juntillas.
Cristina tiene todas las condiciones psicológicas de un dictador: ambición, crueldad y otras por el estilo, además le gusta vivir a costillas de la gente, sin mucho esfuerzo, le sobra tiempo y energía para adquirir habilidad política, se cuida de no incluir en sus listas idealistas escrupulosos, por ello, más que nunca, la oposición democrática debe fomentar todas las salvaguardias posibles contra el ejercicio sin freno del poder.
VIVEN EN 1945
En el Gobierno se preocupan por las técnicas para abordar problemas relativos a la forma de ejercer influencia sobre las masas; los programas que preconizan están desprovistos de realidad, no son capaces de reconocer el patrón general de nuestra época, viven en 1945, se contentan con restos de mitos gastados. No admiten ninguna responsabilidad excepto la que simulan con el fin de ilusionar a la gente, pero que, en realidad, solo es la proyección de una desenfrenada voluntad de poder. Ya no hay dudas, el modelo es un despotismo popular, disimulado entre formas democráticas.
Es innegable que el país se encuentra en una gran encrucijada, económicamente desarticulado, financieramente disminuido, y socialmente en un descalabro del que será difícil resurgir sin grandes sacrificios; nos quedan solo la reserva moral y espiritual de muchos argentinos. La política kirchnerista ocasionó desequilibrios que se expresan hoy en la inestabilidad que tanto nos preocupa, la aspiración demagógica del Presidente y la Vice, sigue alentando esta corriente de descomposición y, lejos de advertirse en los sectores gubernamentales una reacción, lo que se nota es un exacerbamiento de esa demagogia.
Se acentúa la utilización de todos aquellos medios ilegítimos, de que cierta política se vale, para lograr ventajas subalternas; van en contra de cualquier principio y a expensas del olvido de las más elementales nociones de la ética.
La conducta lógica no es por lo general la que prevalece en el Gobierno, la irracionalidad es la que más influye en la estructura social y política argentina. Cedió la razón su lugar, a las invocaciones al pueblo, a la magia de los votos y a las manipulaciones electorales. Los ideales que algunos hombres, presumiblemente, tratan de realizar en la vida política y social, que figuran en la Constitución de 1853, pueden significar todo, o nada, depende de quien los pronuncie. Dicen admirar a San Martín y Belgrano, pero sus ideas se le oponen, pretenden la uniformidad de la sociedad y se esfuerzan por imponerla, odian y desconfían de todo lo que sea innovación, propiedad privada, gobiernan independientemente de todos los procesos del pensamiento racional, sin embargo prometen una vida más satisfactoria y… ganan elecciones.
Es importante que la opinión pública denuncie y tienda a corregir las faltas de la elite gobernante, pueden resultar fatales cuando persisten por un tiempo excesivo. La libertad de la República solo estará asegurada si los funcionarios son elegidos por periodos cortos y definidos, que nunca se prolonguen, porque esto lleva al Gobierno a apoderarse de sectores sociales, mediante favores, subsidios y dádivas, los cuales les quitan todo deseo de conspirar o rebelarse. Hoy, la CGT lo demuestra bien, se mantiene calladita, aunque se venga el país abajo. Sin la función crítica de la opinión pública a la conducción económica, y al modelo, las actividades productivas del país estarían mucho más cerca del derrumbe.
La concentración de todo el poder económico en el aparato centralizado del Estado, como quiere parte importante de este gobierno, necesariamente destruiría los fundamentos de la libertad, como pasó en la URSS, en los países de su órbita, Cuba y ahora también en otros países de Latinoamérica. El Estado termina por absorber todas las fuerzas sociales, ninguna puede, bajo el peso de esas circunstancias, conservar suficiente independencia como para resistirse. Por eso, en Argentina, se combate con tanto empeño la economía de mercado, porque la propiedad privada fragmenta el poderío económico, permitiendo, de este modo, establecer una base para la libertad.
EL MAL MENOR
Si deseamos estimar el valor de la democracia debemos hacerlo comparándolo con su contrario, la autocracia. Se muestran con evidencia los defectos inherentes a la democracia, pero no es menos verdad que como forma de la vida social debemos elegirla como el mal menor. En un sistema liberal, resulta fácil desarrollar y utilizar fuerzas creadoras individuales, en cambio, es muy difícil que se manifiesten en un régimen autoritario. No se debe abandonar la lucha por la democracia; o sea, por reducir al mínimo las tendencias autocráticas que fatalmente siempre subsisten, limitarlas y restringirlas, aunque no sea posible evitarlas por completo.
Los candidatos a presidente deben entender que la libertad, tan desvalorizada por el Gobierno, conviene también a quienes mandan, es un seguro contra la degeneración burocrática, un freno para los errores, y una protección contra las revoluciones. Ningún gobierno se conservará en el poder mucho tiempo si no integra a todos los sectores sociales, de allí surgen los que desean mejorar y participar, individuos dinámicos que permiten la expansión de la energía social creadora.
La Argentina necesita de una elite eficiente que sepa, entre otras cosas, cómo mantenerse en el poder y tome las medidas necesarias para consolidar su posición; cuando faltan buenos generales se pierde la guerra, pero también los soldados que son las primeras víctimas, todos perdemos.
De aquí en adelante, el problema debe encararse de nuevo, es necesario reconocer que a la situación actual hemos llegado por culpa de los dirigentes que se sucedieron, no supieron estar a la altura de la tarea que les había tocado. Por ello, todavía, la Vicepresidente puede escribir y hablar en la forma que lo hace y, aun, pretender dictar condiciones al Presidente y a todo el mundo.
CUESTA ABAJO
No puede demorarse más tiempo, esto va cuesta abajo, la sociedad ha esperado un cambio, hasta el límite de lo que se puede esperar de éste gobierno, a esta altura, sabemos que se verá postergada, una vez más, la solución de sus dificultades. No queda, entonces, otro camino que preparar el ordenamiento del futuro, aunque se tenga plena conciencia de que la situación irá empeorando día a día, haciéndose cada vez más difícil la rehabilitación. No deben perder los políticos un minuto más, les conviene dedicarse, con urgencia, a preparar el cambio que merecemos sin dejarse absorber por problemas circunstanciales, que a esta altura, son inevitables.
Por su lado, la Corte, a la que quiere dominar la Vicepresidente a toda costa, debería ejercer su alto ministerio con ponderación y prudencia, restableciendo el orden natural de los valores, frecuentemente subvertidos, y poner las cosas en su lugar.
La crisis hizo que algunos políticos manifestaran su disconformidad cuando se enfrentaron con las consecuencias reales de la política actual. Recordemos que somos nosotros los que les proporcionamos, a los políticos de turno, los medios materiales de subsistencia y los instrumentos esenciales para conservar la vitalidad del Estado. Esta vez no nos dejemos engañar, votemos planes globales bien examinados y digeridos en vez de a diletantes demagógicos.
Nadie puede representarnos y administrar sólo, necesita siempre el apoyo de un sector numeroso que obligue a respetar y cumplir sus disposiciones, de consenso, tampoco la mayoría puede gobernarse a sí misma, el dominio de una minoría organizada sobre la mayoría desorganizada es inevitable. Nos queda no favorecer la dictadura de un solo hombre, aceptar la democracia y tratar de elegir lo que pueda aproximarnos a un país mejor.
* Elena Valero Narváez es historiadora, analista política y periodista. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia y Miembro del Instituto de Economía de la Academia de Ciencias Morales y Políticas. Premio a la Libertad de Fundación Atlas 1853. Autora de “El Crepúsculo Argentino”, publicado por Editorial Lumiere en 2006.
El presente artículo fue publicado en La Prensa de Argentina.
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