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“Desde el punto de vista psicológico, esa generación parece dotada de un verdadero coraje, de una espantosa voluntad de actuar y de una confianza no menos espantosa en las posibilidades de cambio”. Hannah Arendt
Los diarios anuncian, cada tanto, el fallecimiento de algún militar que muere sin haber tenido un juicio justo, que ha sido privado de la libertad por muchos años, alejado de su familia y lo que es peor para un miembro de las Fuerzas Armadas, desprestigiado y tratado como a un criminal de la peor especie.
Es interesante volver al fenómeno de la guerrilla, cuyas consecuencias afectan y separan aún hoy las opiniones de los argentinos, tal como ocurrió cuando la sociedad se dividió en peronistas y antiperonistas o como en la actualidad en kirchneristas y antikirchneristas. Es el tema de otra guerra, esta vez entre argentinos, que nos duele tanto como la de Malvinas, se padeció en nuestro país por el accionar del terrorismo.
Desde 1963 un clima de violencia se fue preparando en Argentina a la vez que en el mundo triunfaba la revolución cubana en 1959, se producía el Mayo Francés del 68, hechos que junto a la China maoísta, con la formación de guerrillas durante la Segunda Guerra Mundial, influyeron a jóvenes que en nuestro país fomentaron la lucha contra el “imperialismo”, mediante la liberación nacional y la lucha continental.
Silenciosamente se formaron los grupos juveniles opositores a los gobiernos militares, atrajeron a dirigentes obreros de izquierda, quienes llegaron a organizar, con jóvenes terroristas, protestas incendiarias, violentas, como fue El Cordobazo (Mayo de 1969), la cual mostró la radicalización de la juventud guerrillera y estudiantil en la Argentina.
Juan Domingo Perón, exiliado en España, significó un polo de atracción poderoso y fue idealizado por una porción de la juventud guerrillera que convertida al peronismo tomó la acción directa como medio para obtener fondos y armas para iniciar la lucha hacia el poder. Las ideas socialistas que reposan, entre varias, dentro del movimiento peronista fueron rescatadas por jóvenes católicos argentinos, de origen fascista.
Este fue el caso de los líderes guerrilleros Fernando Abal Medina, Carlos Gustavo Ramus y Mario Norberto Firmenich, y muchos más. Eran alumnos del Colegio Nacional de Buenos Aires, pertenecientes a sectores sociales medios y altos, se nutrieron de las doctrinas impulsadas por parte de la Iglesia Católica, primero desde el Vaticano, luego reinterpretadas por los sacerdotes del Tercer Mundo surgidos en 1967, de tendencia socialista, quienes en sus discursos criticaban la violencia de los opresores y justificaban la de los oprimidos.
Antes de asesinar en 1970 a Pedro Eugenio Aramburu – presidente de la República entre 1955 y 1958 – los Montoneros mataron a Augusto T. Vandor, secretario General de la Unión Obrera Metalúrgica, y en julio de 1970 tomaron la localidad cordobesa de La Calera. Le siguieron varios actos terroristas realizados por diferentes tropas guerrilleras, como el que en agosto de 1970 acabó con la vida de un importante dirigente gremial, José Alonso, y más tarde el de José Ignacio Rucci, que indignó a Perón en 1973.
NUEVOS GRUPOS
En 1971 apareció un nuevo grupo que defendía ideas marxistas trotskistas el cual tendrá una intensa trayectoria: el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) responsable en 1972, entre otros hechos, del asesinato de Oberdán Sallustro, director de la Empresa Fiat.
La Universidad fue un semillero de la guerrilla. Dejaron, en el intento por tomar el poder, sus vidas, las de sus amigos y de sus familias, que muchas veces no tenían nada que ver, pero se involucraron tratando de esconderlos para salvarlos de la muerte. Los objetivos debían conseguirlos con armas, entre ellos, el principal fue terminar con la sociedad presuntamente capitalista.
La guerrilla peronista, de origen fascista, terminó acercándose a los terroristas de izquierda, los cuales defendían también como los movimientos tercermundistas de la Iglesia, la justicia social, tan cara al discurso peronista.
Colaboraron en el desarrollo del grupo Montoneros los intelectuales José Hernández Arregui – se leían sus libros de fuerte contenido nacionalista -, Rodolfo Puiggros, primer líder comunista de los años ’40, rector e interventor de la Universidad de Buenos Aires en Mayo-octubre de 1973; Arturo Jauretche, escritor integrante de Forja, quien llamaba a transformar “la Argentina colonial” en una “Argentina libre”; Rodolfo Walsh, escritor y oficial montonero, como también intelectuales, sacerdotes y políticos, quienes se sumaron a la lista.
Antes de que la represión fuera vista como un buen camino por Perón y terminara en José López Rega, los guerrilleros equivocaron el sendero, creyeron que Perón haría todo lo que ellos quisieran. Por eso apoyaron su regreso al país. No olvidemos que en una carta le dio el visto bueno al crimen del ex presidente Aramburu.
Una vez que el viejo caudillo alcanza la presidencia, por tercera vez, se convirtió en el enemigo que habría de aniquilarlos, tal como enseña Maquiavelo. Necesitaba un clima de paz para gobernar, no regresó al país en época de vacas gordas, como en el primer gobierno, no había para repartir. Además, tenía que apaciguar a las Fuerzas Armadas porque se oponían a que guerrilleros influenciaran en el partido peronista.
Por todo ello, Perón apoyó a los sindicatos y a las organizaciones que se mantenían sujetas a sus órdenes, desató una guerra entre el Estado y grupos paraestatales, ayudados desde el Estado, abandonando a su suerte a la guerrilla. Les esperaba una represión indiscriminada, la cual se inició, formalmente, con el decreto de 1975 del gobierno constitucional peronista de María Estela Martínez de Perón.
LA REALIDAD
Esta juventud apresurada no entendió que el revolucionarismo choca contra la realidad. La pretensión de cambiarlo todo y, lo que es peor, el intento de lograrlo necesita de medios violentos. La represión que sufrieron hizo que fuera menguando la cooptación de adherentes. Muchos se exiliaban, no en La Habana sino en París.
Las fuerzas militares se hicieron cargo de la represión antisubversiva, los acorralaron y desbarataron sus planes de lucha. Se cometieron excesos y abusos, como en toda guerra, que terminaron por desprestigiar no a algunos militares sino, injustamente, por motivos políticos e ideológicos, a toda la Institución militar.
La sinrazón con que se ha tratado a la Fuerza que nos salvó de un delirio es injustificable. La mayoría de los argentinos olvidó que si el terrorismo hubiera tenido éxito, la sangre, el luto y la miseria nos habrían devastado, tal como sucedió en todos los países donde se persistió en la lucha armada, necesariamente clandestina.
Los crímenes de los ejércitos de la guerrilla alcanzaron un injusto olvido. Terroristas aun hoy se pasean como vencedores y ocupan cargos en la sociedad a la que pretendían destruir. Lucharon durante los gobiernos militares y también durante el gobierno constitucional de 1973-76. Buscaron el apoyo popular mediante acciones a lo Robin Hood, obligando mediante secuestros y asesinatos a repartir camiones con alimentos en barrios pobres, tomaron fábricas, y cometieron una gran variedad de acciones delictivas.
Pero las revoluciones que se han hecho en el mundo en nombre de los obreros han demostrado que ellos quieren al trabajo más que a la Revolución. Pretenden vivir mejor, percibir buenos salarios y vivir en paz. Los que intentaron convertirlos en revolucionarios fueron mayoritariamente intelectuales que renegaron de un status alto, en el que encontraron frustración. Por ello creyeron, muchas veces con las mejores intenciones, que podían cambiar al mundo por decisión propia, con armas y valor. Sin justificar los desmanes que se cometieron durante la represión, destaco que a las armas se las combate con armas.
Este incompleto resumen sobre el terrorismo muestra la inconsistencia en la actuación de la justicia, los gobiernos y los intelectuales, quienes por ideología o esnobismo se volcaron a contar y juzgar una historia a medias, una vez que las Fuerzas Armadas desbarataron ideas y acciones disparatadas.
Es hora de que no se mire hacia otro lado, que se exija que las autoridades se ocupen de quienes están aun injustamente detenidos. Son demasiados los hechos que nos hacen incomprensibles, como bien lo expresó una vez Guy Sorman:
“Si Tomás Moro hubiera conocido la Argentina, en lugar de escribir la Utopía, habría descubierto la distopía, una isla donde todo funciona al revés, patas arriba. Las palabras llegadas desde afuera, cuando penetran en la Argentina, cambian de color y de significación. El observador extranjero ya no las reconoce más, se equivoca, se desconcierta. ¿Historia, democracia, economía?. Todo eso que es relativamente claro en el Norte, tambalea en el Sur. ¿La historia? Olviden el progreso; yo no diría que en la Argentina la historia retroceda ni que titubee sino que marcha, más bien, hacia otros rumbos: lo desconocido, lo inesperado. Es sólo en nombre de esta concepción singular de la Historia, que la Argentina celebra a héroes que son antihéroes y aniversarios que son antianiversarios”.
* Elena Valero Narváez es historiadora, analista política y periodista. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia y Miembro del Instituto de Economía de la Academia de Ciencias Morales y Políticas. Premio a la Libertad de Fundación Atlas 1853. Autora de “El Crepúsculo Argentino”, publicado por Editorial Lumiere en 2006.
El presente artículo fue publicado en La Prensa de Argentina.
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