Es en el espejo donde encontramos la posibilidad de mirarnos de frente y ser sinceros, entender nuestros desafíos y tomar la decisión de avanzar con coraje por el camino que nos conduce al éxito. Para todo esto se requiere de honestidad. Y es que nadie puede ganar una batalla si desconoce sus propias fortalezas y debilidades. Quisiera en este escrito aportar una perspectiva nietzscheano–arendtiana que sé, es poco habitual, e incluso, puede llegar a ser desagradable, pero no haría este intento si no tuviese la profunda convicción de que en ella encontramos un grano de sal.
Fue Nietzsche uno de los primeros en anunciar la caída de Occidente:
[…] cuando la verdad entable lucha con la mentira de milenios tendremos conmociones, un espasmo de terremotos, un desplazamiento de montañas y valles como nunca se habían soñado. El concepto de política queda entonces totalmente absorbido en la guerra de los espíritus, todas las formaciones de poder de la vieja sociedad saltan por el aire- todas ellas se basan en la mentira: habrá guerras como jamás las ha habido en la Tierra. (Ecce Homo, 1888)
La descripción que Nietzsche hace del mundo previo a la Primera y Segunda Guerra Mundial puede aplicarse a nuestros tiempos actuales sin mucha dificultad. ¿Cuál es el origen de las conmociones? La mentira. Y, ¿cuáles son las consecuencias? La guerra espiritual. La hebra que conduce desde la mentira a la guerra es la destrucción de las fuentes de autoridad sobre las cuales el hombre occidental ha forjado la legitimidad en las que se sostienen sus instituciones, especialmente, el Estado de Derecho y la democracia. Lo que un conservador, mientras se mira en el espejo, tendría que preguntarse, es cómo se presenta ante un mundo en el que se ha licuado la verdad, destruyendo la igualdad formal y, con ella, la raíz del régimen político preferido por Occidente. En palabras de Arendt: “Las leyes que no son iguales para todos revierten al tipo de los derechos y privilegios, algo contradictorio con la verdadera naturaleza de los estados-nación.” ¿Cómo ha logrado el progresismo arrasar con la condición de ciudadanía anclada en el principio de ser todos los miembros de la sociedad democrática personas igualmente libres? Con la batalla espiritual que destilaron de la obra de Karl Schmitt. Es desde la creación de colectivos de amigos y enemigos forjados sobre la base de la mentira histórica y biológica, que la izquierda tras la caída del muro, avanzó el desmantelamiento de nuestro tipo de vida democrático, pluralista y diverso, cuyos miembros se resisten a tomar el camino que nos conduce hacia su horrorosa utopía.
Es en la mentira que ha torcido las bases de nuestro entendimiento desde donde ya no existe posibilidad de apelación ni a Dios, a la historia o la naturaleza. La pregunta clave es si la semilla de destrucción no se encontraba acaso en nuestro propio contexto cristiano occidental. Mientras Nietzsche llora al Dios muerto y su reemplazo por la idolatría de la piedra, la tinta que fluye en sus escritos denuncia a sus asesinos: hábitos religiosos exigidos a espíritus débiles que, forjados en el amor sacrificial, la autoflagelación y el silicio destruyeron la capacidad psíquica de creer en Dios. Otro tanto pasa con la historia escrita por los vencedores que imponen las nuevas reglas de corrección política a las sociedades que gobiernan. En dicho contexto, necesariamente, la verdad queda sepultada bajo el peso de las leyes mordaza y el relato se torna ficticio. Muy pocos acceden al conocimiento de los hechos acontecidos; a las grandes mayorías solo se les enseña basura panfletaria. ¿Y quién mejor que la izquierda para aprovecharse de la ignorancia del hombre masa? Bastó con algunas pocas pruebas de falsedad y una transvaloración moral para que las generaciones de jóvenes que han cursado sus estudios en las últimas dos décadas estén absolutamente convencidas de que las antecede una historia abyecta, repleta de abusos y crímenes que merece que se le haga justicia a partir de la destrucción de su legado en el presente. La destrucción de la verdad científica fue aún más fácil. Bastó con relevar a las minorías sexuales excluidas de la vida común y exigir su respeto y reconocimiento, para dar el salto cuántico en el que se instrumentalizó a la disforia de género como un ideal y a quienes la padecen como los mártires de nuestros tiempos. La consecuencia fue la desarticulación de la distinción entre lo natural y lo artificial y el avance de una ideología que enjuicia como perversa la existencia del binomio hombre-mujer. De ahora en adelante, para ser bueno, hay que ser no-binario. Sólo nos va quedando la distinción entre los seres vivos y los objetos inertes, aunque con el aborto, la eutanasia, la robótica y la eugenesia, avanzamos raudos hacia su desaparición.
La consecuencia política de mayor connotación telúrica ante la desaparición de la verdad es el homicidio de la autoridad tradicional. Ni curas o profesores, tampoco médicos o políticos, el vaciamiento de toda autoridad afecta incluso a los padres. Es en este punto de sus reflexiones donde el conservador, mirándose al espejo, debe tomar una decisión. Cuando la lucha es espiritual significa que están en juego ciertas formas de vida que los colectivos de víctimas fundados en la política identitaria quieren destruir. En otras palabras, si no se le pone freno al desmantelamiento de la civilización cristiana, terminaremos pronto un estado de guerra de todos contra todos que inevitablemente derivará en un gobierno totalitario, donde los ciudadanos serán reducidos a esclavos controlados a través de la tecnología, tal como vimos sucedió durante la pandemia. ¿Quién puede ponerle freno a la izquierda globalista totalitaria?.
Solo puede el conservador que lleva una vida genuina y profundamente espiritual, pues estamos inmersos en una guerra espiritual. De ahí que el conocimiento de dicha esfera, metafísica, sea requisito para el éxito. ¿Cuál es su mayor desafío? Encontrar una fuente – más allá de sí mismo – en que pueda afirmar sus acciones y fortalecer su existencia. Gracias al trabajo de muchos ese desafío se ha logrado y hoy comienza a manifestarse a favor de la vida, la belleza y la verdad. Hablamos del sentido común. Esa es la fuente de autoridad que ha permitido a los conservadores religar lazos y salir a la esfera pública moviendo consciencias y generando resistencias. Por eso es tan importante dedicar el mayor amor y cuidado a la única fuente de autoridad que nos queda cuando todas las demás han sucumbido. Sobre el sentido común Arendt explica:
“Incluso la experiencia del mundo material y sensualmente dado depende de este hallarse en contacto con otros hombres, de nuestro sentido común, que regula y controla todos los demás sentidos y sin el cual cada uno de nosotros quedaría encerrado en su propia particularidad de datos sensibles que en sí mismos son inestables y traicioneros. Sólo porque tenemos sentido común, es decir, sólo porque la tierra no está habitada por un hombre, sino por los hombres, podemos confiar en nuestra inmediata experiencia sensible”. (Los Orígenes del Totalitarismo)
Despuntan las primeras luces tras el desvelo de una larga noche frente al espejo. Ahora sabemos por qué no hay opción de quedarse en la retaguardia o protegerse en las trincheras. También sabemos que la batalla se da con otros y que podemos dejar de lado las diferencias mundanas que nos separan, pues nuestra lucha es espiritual. Para fortalecer lo común es necesario religar lazos que pongan freno a la colectivización de las nuevas generaciones y nutrir con todas nuestras fuerzas y coraje el último de los bastiones de Occidente, nuestro sentido común.
* Dra. Vanessa Kaiser, Doctorada en Filosofía por la Universidad Católica de Chile y Doctorada en Ciencia Política por la Universidad Católica de Chile. Magister en Filosofía por la Universidad Católica de Chile. Magister en Ciencia Política por la Universidad Católica de Chile y por la Universidad de Chile. Periodista. Académica, directora de la Cátedra Hannah Arendt en la Universidad Autónoma de Chile. Columnista en “Disenso” y “El Libero”. Concejal por la Comuna de Las Condes.
El presente artículo fue publicado en Fundación Disenso de España.
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