Elena Valero Narváez

Argentina: En 2023, ¿otra oportunidad? – por Elena Valero Narváez

En la segunda presidencia del General Julio A. Roca, a principios de siglo XX, los argentinos vislumbraban un camino con mucha confianza en el futuro. La llamada generación del ’80 creó las reglas de juego para un progreso enorme, nuestro país estuvo a la altura de los 10 primeros del mundo en orden de progreso.

Quienes conocen la historia de nuestro país no pueden dejar de pensar, con una cuota de optimismo, que si se imitara la política de esa época, con algunas lógicas modificaciones, se podría volver a crecer. Hoy se sabe la causa de porqué se detuvo el desarrollo descomunal que se logró por ese entonces y que perduró hasta fin de la década del ’40.

Fueron ideas contrarias al liberalismo, las que poco a poco fueron descomponiendo el ambiente democrático que La ley Sáenz Peña creó como broche final, al permitir el avance de un sistema de partidos. No pocos intelectuales de la época despreciaron la política y los partidos, abrazando al socialismo y al anarquismo.

Por otro lado, muchos de origen católico pretendieron para la Argentina un gobierno autoritario a imagen del de Mussolini. Es así como el pluralismo y la Constitución fueron rechazados, mientras el Ejército, los sindicatos y la Iglesia se iban catequizando con las nuevas ideas. La posibilidad de realizarse que inspira el individualismo y los valores universales propios de la cultura occidental que lo permiten, dejaron lugar al endiosamiento de la clase o la nación.

Las ideas que nos llevaron al descenso político, económico y cultural provinieron de Europa y llegaron para quedarse. Argentina, de ser la promesa de un país desarrollado con un motor cercano a los países más adelantados del mundo, se convirtió, luego del ’40, en un país definitivamente pobre. Se retrasó hasta de Canadá y Australia, a las que cómodamente superaba.

Juan Domingo Perón, en 1946, comienza la alianza sindicatos, Ejército e Iglesia que a lo largo de tantos años dominó la política nacional, acabó con la salud democrática: la Constitución. Desde allí en adelante fue violada, incluso con el crédito popular. Perón se encargó de entremeter al Estado en todos los ámbitos de la sociedad civil, especialmente en la economía. Argentina se volvió antimercado, peronista.

DEMOCRACIA

En 1983 los argentinos quisimos dejar la guerra y el terrorismo atrás, para vivir en democracia. Sin embargo, no supimos cómo usarla ni valorarla, dimos la otra mejilla, permitimos que a los pocos años llegaran los Kirchner al poder. Tuvimos la desgracia de que el máximo jefe de la Iglesia, el Papa Francisco, apoyara a este peronismo trasnochado, amante de la tiranía, a Cristina Kirchner, una mujer que cree tener justificación intelectual y moral como para pretender imponer sus creencias alejadas de los principios constitucionales.

Todas sus proposiciones resultan engañosas. Cuando se refiere a principios o moral, es una farsa que esconde la defensa de ventajas privadas, los utiliza para fijar lo que le conviene, lo que le es útil. Las leyes significan lo que ella interpreta y pretende imponer, procura que el Derecho y el Gobierno dependan de lo que necesita. Sus intereses cuentan mucho más que la Constitución.

El Papa, como la vicepresidente, no es razonable. Le ha seguido el juego, ha dejado de lado la separación entre Iglesia y Estado olvidando que sus fines no son comunes. Ambos son autoritarios, se enojan si sus declaraciones pretenden ser sometidas a discusión, olvidan que las leyes de la República tienen como objeto limitar la autoridad de quienes gobiernan, y el poder que la gente con su voto les confiere debe ser utilizado en pos del bien común.

Sin embargo, el 2023 nos dará una nueva oportunidad porque Cristina Kirchner no previó que su gestión iba a llevar a la ruina a los argentinos. Un político que pierde el consenso de la gente no vuelve a ser gobierno. El verdadero poder de un funcionario depende del consentimiento. Ahora necesita dominar al Congreso, dividir a la oposición, disminuir la libertad individual. Mediante la opresión política prueba acaparar poder, tener más capacidad de hacer daño para dejar, de ese modo, la prudencia y la tolerancia de lado.

Creo que hay espacio para intentar ser optimista o, al menos, optimista trágico. Se nota un renacer de la idea de libertad en todos los planos y un debilitamiento de las ideas nacionalistas, dirigistas y socialistas. Se percibe un clima de guerrilla de ideas, entre el pasado, fundado en el Estado de Bienestar y su opuesto, las ideas de apertura económica interna y externa, de extensión a las garantías a la propiedad privada y de seguridad en la elaboración y cumplimiento de los contratos.

Se escuchan voces con sonido muy alto: reclaman pluralizar y diversificar los poderes de la sociedad civil, para que se fortalezca el control sobre el Gobierno y disminuya la observabilidad del Estado sobre los ciudadanos. Pretenden la expansión del sistema democrático, un necesario pluralismo en dimensiones decisivas: regional, política y cultural.

Esas voces se están enfrentando al kirchnerismo, el cual no ha renunciado a su papel de fiscalizador y árbitro, por ello el país necesita un Gobierno que esté convencido, no obstante los peligros que lo amenacen, de que la única posibilidad para sobrevivir políticamente es el cambio.

Sólo una política que modifique las bases de la situación vigente puede ofrecer la oportunidad de un éxito en la mudanza de paradigma. Sería, a su vez, un éxito político para el candidato que se animara, haciendo posible, incluso, su reelección. No valen para el 2023 sólo condiciones morales intachables y buenas intenciones, sino ideas adecuadas y valor para aplicarlas.

El ejemplo de la generación del ’80 debería inspirar el rumbo. El país exige un cambio a peronistas democráticos y a radicales: diferenciarse del kirchnerismo, sus ideas básicas en economía son casi idénticas. Ambas fuerzas deben mostrar que las mismas han quedado en el pasado. Tienen un gran trabajo por delante: las propuestas políticas deben ser congruentes con la situación actual de la Argentina.

El fracaso de las ideas que le dieron sustento durante décadas les obliga al esfuerzo de hacer una autocrítica de los errores del pasado. Observar la realidad de frente para realizar las mutaciones necesarias sería de gran utilidad para el país ya que tienen influencia en parte importante del electorado.

Algunas figuras, como la de Miguel Pichetto, muestran la metamorfosis esperada, la cual comenzó en el gobierno de Carlos Menem, peronista más cercano a la realidad, al punto que es difícil diferenciarlo de quienes dirigen el PRO. No cabe duda de su pretensión de insertar al país en el orden internacional. Van apareciendo peronistas y radicales que en vez de defender un Estado enorme e ineficiente, tal como el que nos dejarán los Kirchner, desean un país que no sea indiferente al mundo desarrollado. Saben que es imprescindible la interdependencia mundial.

Existe un peligro para la gobernabilidad, no viene mal expresarlo y discutirlo: Pablo Moyano amenaza con convertir en un caos al país si se intentan reformas que no son de su hechura. La reiterativa frase de Patricia Bullrich, “conmigo no se jode”, revela qué será imperioso para deshacer los nudos de los incesantes conflictos y la violencia de las corporaciones, en su lucha por apoderarse de los recursos públicos, un gobierno muy firme, con el grado de consenso necesario para hacer las reformas estructurales y enfrentarse a las corporaciones, las cuales seguirán con el ánimo de impedir.

Por último, habrá que convencer a quienes son detractores del sistema democrático, de que no es la panacea pero es lo mejor porque permite la lucha pacífica por el poder. Es un deber vigorizar sus instituciones, hacerlas funcionar bien para que sean, junto a la Constitución, fuentes generadoras de progreso y paz.

* Elena Valero Narváez es historiadora, analista política y periodista. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia y Miembro del Instituto de Economía de la Academia de Ciencias Morales y Políticas. Premio a la Libertad de Fundación Atlas 1853. Autora de “El Crepúsculo Argentino”, publicado por Editorial Lumiere en 2006.

El presente artículo fue publicado en La Prensa de Argentina.

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