El liderazgo político debe denunciar las ideas fuerza que postraron a la patria.
La Constitución de 1853 y los gobiernos que comenzaron luego de la unidad de todas las provincias, bajo un Gobierno Nacional, dieron el puntapié inicial para la creación de un país próspero, que se constituyó, poco a poco, bajo la sombra de un marco institucional, que no siempre se cumplió a rajatabla, pero que sirvió de referencia para la constitución de la República.
Europa nos sirvió de modelo, también Estados Unidos: como lo revela Sarmiento, angurriento lector de Toqueville. Argentina ensayaba una experiencia nueva basada en un régimen democrático. ¡Poderes, códigos de justicia, de comercio, organización del Ejercito, infraestructura, transportes, viviendas, servicios, escuelas, puertos, todo estaba por hacer!. Se necesitaban capitales, crear condiciones para poder acceder a préstamos, esenciales para iniciar el camino que nos llevara a desarrollar actividades agrícola-ganaderas, imprescindibles para crecer y exportar.
Antes de 1870 la Argentina importaba trigo y harina, principalmente de Chile y los Estados Unidos. Las exportaciones consistían en cueros, pieles, sebo, tasajo y lana. Este último producto se desarrolló con rapidez desde sus comienzos en 1840, ya entre 1875 y 1879, casi la mitad de las exportaciones correspondían a la lana.
Las necesidades europeas de alimentos y la expansión de los ferrocarriles determinaron, desde 1880, un aumento creciente de la producción de cereales. La actividad económica se desarrolló por una importante entrada de capital foráneo, producto de las importaciones destinadas a la construcción de la infraestructura que Argentina necesitaba como el agua. La mano de obra extranjera, muy numerosa, permitió que los salarios no fueran tan altos, ello favoreció las inversiones.
LOS NÚMEROS
Veamos algunos datos que muestran la evolución económica que tuvo nuestro país a partir de 1880:
En el período de 1880-1884, aunque aumentan las exportaciones, fue más importante la inversión en infraestructura. Es en la década siguiente que la agricultura pega un salto enorme, basta con decir que desde 1890 a 1894, el trigo, el maíz, y el lino, abarcaron cerca de un tercio del total de las exportaciones y desde 1900 a 1904, alcanzaron cerca de la mitad.
La industria se desarrolla con la mano de obra, los ferrocarriles, y la expansión económica. Toma impulso la industria vinculada al agro: textiles, alimenticias y de la construcción. En 1891, con la importación de maquinaria se elaboraba manteca, leche pasteurizada, quesos y muchos otros productos: la industria vitivinícola de Cuyo se vio favorecida por el ferrocarril tanto como la industria azucarera santiagueña, salteña y tucumana.
A medida que el creciente ingreso per cápita de Europa determinó el consumo masivo de carne, aparecieron nuevas oportunidades. Se sumó el advenimiento de los buques frigoríficos que permitieron abastecer, cómodamente, aquel mercado en expansión.
Poco antes de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) se comenzó a exportar carne enfriada. Con estos adelantos tecnológicos y el mejoramiento de nuestra hacienda, entre 1913 y 1919, el número de cabezas de ganado vacuno pasó de 26 millones a 37 millones.
Con el inicio de la Gran Guerra cesaron las inversiones, se redujeron las importaciones para equilibrar la balanza de pagos, pero duró solo hasta 1917, Argentina pudo comenzar a recuperarse gracias a la necesidad de compra que tuvo Europa de nuestros productos agropecuarios.
EL MITO INDUSTRIALISTA
Es necesario señalar, que el desarrollo de la industria en la Argentina fue importante mucho antes de la década de 1930. La crisis no fue el inicio de ese desarrollo como lo afirma Aldo Ferrer, entre otros economistas e historiadores, luego de superarse la crisis del treinta, continuó la expansión que se había iniciado en la década del ochenta.
Los primeros grandes establecimientos industriales, producto no solamente de la mano de obra y el capital invertido, sino de las condiciones de paz y orden que logró esa generación, se fundaron entre 1880 y 1890.
La estabilidad política fue de suma importancia para atraer inversiones y generar desarrollo industrial. Se fabricaba ropa blanca, camisas, aceite, cerveza, tabaco, fósforos, chocolate, balanzas, calderas, muebles, cocinas económicas, carros, carruajes, calzado, alpargatas (la Fábrica Argentina de Alpargatas se crea en 1884) velas, productos químicos, industria liviana, gráfica y mucho más. Las empresas textiles eran las que tenían mayor cantidad de obreros empleados en la época del despegue.
Desde 1890 hasta 1914, las exportaciones de productos agropecuarios se convirtieron en la mayor fuente de riqueza, periodo en que Gran Bretaña representó el mayor comprador de la Argentina. Desde mitad del siglo XIX fue un inmenso mercado para nuestros productos alimenticios y agrícolas y a partir de 1900 también para bienes terminados.
En el período 1870-1913 nuestro país creció a tasas más altas que la economía mundial. Superó a Francia, Alemania, Gran Bretaña, también a Estados Unidos, Canadá, y Australia.
Comerciábamos con Gran Bretaña, Alemania, Holanda, Bélgica, Estados Unidos, Francia, Italia y Brasil, entre otros países. Nada hacía pensar seriamente, antes de 1930, que esta situación cambiaría desfavorablemente para nuestro país.
ASESINOS DEL PROGRESO
Ideas nacionalistas, proteccionistas, disminuirán la competencia y el Estado tomará un papel importante en la economía, que se negaría a abandonar.
El llamado nacionalismo de derecha, parcialmente responsable del golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930, promovió una atmosfera en el cual la intervención de las Fuerzas Armadas, en política, llegó a formar parte del proceso institucional. Ayudó a estimular el odio a los Estados Unidos y hacia el llamado imperialismo económico británico. Durante la Segunda Guerra impulsó a los más ardientes defensores de la neutralidad; constituyó, desde el punto de vista ideológico, un collage más o menos artificial de fascismo, corporativismo, hispanidad, falangismo, y añadió el antisemitismo del nazismo.
Promovió un intenso antiliberalismo, el rechazo de cualquier sistema político que actuara a través de partidos políticos y la necesidad de destruir la democracia mediante un golpe militar. Quienes comulgaban con estas ideas postulaban una estrecha alianza entre Iglesia y Estado, apoyaron la nacionalización de los servicios públicos y la reducción del poder británico en la Argentina, en todo ello coincidían con los nacionalistas de izquierda.
Su odio a la oligarquía les hizo rehabilitar a quien fuera su enemigo, Rosas, impulsando un movimiento cultural: el revisionismo histórico. Estas ideas afectaron la conciencia política y social de la Argentina, de tal modo, que los problemas que aún tenemos tienen esa base, y sin conocerla, no se puede comprender su génesis.
Si quienes desean dedicarse a la política no conocen nuestra historia, repetirán errores, se perderán conocer el sistema que defiende la Constitución alberdiana y los resultados que apretadamente comento en esta nota. Es necesario, además de un acreditado e influyente liderazgo, identificar las ideas fuerza que postraron a nuestro país, solo así se podrá encarar el cambio que nos lleve, como antaño, al tan ansiado crecimiento prolongado.
* Elena Valero Narváez es historiadora, analista política y periodista. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia y Miembro del Instituto de Economía de la Academia de Ciencias Morales y Políticas. Premio a la Libertad de Fundación Atlas 1853. Autora de “El Crepúsculo Argentino”, publicado por Editorial Lumiere en 2006.
El presente artículo fue publicado en La Prensa de Argentina.
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