El gran astrónomo Johannes Kepler – al tiempo que desarrollaba sus famosas leyes sobre el movimiento de los planetas en sus órbitas alrededor del sol – se ganaba la vida haciendo cartas astrales para los nobles del Sacro Imperio Romano Germánico, incluido el mismísimo archiduque Rodolfo II, conocido como el emperador de los alquimistas, de quien fuera matemático imperial.
Es un misterio saber qué tanto creía el propio Kepler en sus pronósticos astrológicos, pero es claro que eso era lo único que podía vender a sus acaudalados e ignorantes clientes que difícilmente habrían pagado un maravedí para saber, por ejemplo, que el cuadrado del periodo orbital de un planeta es proporcional al cubo de su distancia media al Sol.
La creciente formalización y el desarrollo de las técnicas estadísticas permitió la transformación de los enunciados cualitativos en pronósticos cuantitativos, haciendo que la economía, de “ciencia sombría”, se convirtiera en “ciencia útil”, para los políticos de todos los partidos y tendencias. Los policy makers, en el lenguaje aséptico de la profesión.
Los pronósticos son útiles porque dan un aire de sapiencia al discurso de los policy makers y a los economistas les permiten ganarse la vida de forma honorable, pues siempre serán mucho más respetables los que salen, por ejemplo, de un modelo de equilibrio general computable que los resultantes de la lectura del Tarot o la bola de cristal. Más respetables no quiere decir necesariamente más acertados.
Por los días que corren afloran los pronósticos de todas las entidades y centros de pensamiento. La CEPAL anuncia que el crecimiento del PIB colombiano será de un mediocre 1,5 %, estimación en la que concuerdan el FMI y todos los analistas locales. También concuerdan en que la inflación será elevada y en que el desempleo irá en aumento. A pesar de la diversidad de modelos y técnicas de estimación, en general, los pronósticos suelen estar muy cercanos los unos de los otros y son todos extremadamente asépticos.
Existe una amplia evidencia acumulada a lo largo de muchos años por entidades como la Heritage Foundation o el Fraser Institute que muestra que los países con más libertad económica crecen más, padecen menos desempleo e inflación y son más igualitarios en todos los aspectos. Este es el viejo mensaje del laissez faire de Adam Smith que los economistas de cada generación estamos obligados a reiterar sin descanso.
La gente sin formación tiende a considerar la economía de mercado como un completo caos. Está lejos de ser obvio, incluso para algunos economistas, que una economía donde los agentes toman sus decisiones de producción y consumo de forma independiente y en función de su propio interés lleve a una disposición eficiente de los recursos. Al contrario, la gente tiene predisposición mental hacia el dirigismo económico, la gente gusta de ser gobernada.
En aras del pronóstico aséptico remunerado, el economista no puede renunciar a su papel de explicar el funcionamiento de la economía de libre mercado y de señalar sin tregua las consecuencias, usualmente nefastas, de las acciones del gobierno.
* Dr. Luis Guillermo Vélez, es doctor de tercer ciclo en Ciencias Económicas de la Universidad de París X. Se desempeña como profesor en la Universidad EAFIT de Medellín, Colombia. Desarrolla actividades de consultoría para la Asociación Nacional de Empresas de Servicios Públicos, Andesco, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el Banco Mundial, Bancoldex, ASOCODIS, ACOLGEN y la Fundación Give to Colombia, entre otras organizaciones.
El presente artículo fue publicado en el periódico El Colombiano, de Colombia.
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