Hoy es 8 de marzo, y es imposible no relacionarlo con el feminismo, movimiento que no solo se ha apropiado de este día, sino que le ha dado nuevos y distintos significados a su acomodo y conveniencia.
Esto no importaría si realmente fuese efectivo para las mujeres. Sin embargo, el auge que ha tenido durante las últimas décadas va cada vez más en declive, perdiendo militancia y siendo expuesto por sus recientes grandes fracasos y sus pocos logros. A continuación, quiero presentarles varias razones por las cuales hoy, 8 de marzo, vale la pena abandonar al feminismo sin que eso signifique abandonar a la mujer.
EL DÍA DE LA MUJER TRABAJADORA: BASADO EN UN ENGAÑO HISTÓRICO
El revisionismo histórico consiste en ver la historia y los hechos con los lentes de mi ideología personal, dándoles un significado y unas intenciones de acuerdo a mi lectura y sentimientos políticos, y por supuesto, a mi conveniencia. Y si hay una fecha que se ha manoseado ideológicamente, esa definitivamente es el 8 de marzo, puesto que constituye unos acontecimientos de los cuales aún no se tiene la completa claridad de lo ocurrido, pero aun así, se suelen decir todo tipo de falacias.
Lo que sí podemos contarle es que este acontecimiento – que pone a la mujer y la niña en el centro del debate – no sucedió en una fábrica llamada Cotton, sino Triangle; asimismo, podemos contarle que no sucedió en Chicago, sino en la ciudad de Nueva York; y que no ocurrió un 8 de marzo, sino el 25 de ese mismo mes; pero, sobre todo, que en este acontecimiento, ¡también murieron hombres!.
Sin la apropiación de este día, de la historia y de su significado, no habría un relato sobre el cual vender la ideología y reclutar sus militantes con ansias de fortalecer una tóxica necesidad de feminismo, donde nunca dejaremos de necesitarlo, porque siempre nos hará víctimas.
VÍCTIMAS ETERNAS Y “LA IMPOSIBILIDAD NATURAL” DE SER VICTIMARIAS
El feminismo hoy ya no es sinónimo de “empoderamiento”; ahora es sinónimo de las victimizaciones constantes de todo cuanto existe y cuyo culpable es el “patriarcado”, un imaginario conceptual que en la mayor parte de Occidente no tiene sustento sobre el cual soportarse. Las injusticias sociales que rodean la problemática de la mujer suelen atribuirse de manera equivocada, al padecerlas por “el simple hecho de ser mujer” y a causarlas por “nacer y ser varón”.
De hecho, es posible considerar que el feminismo puede llegar a ser la versión femenina del machismo, o como muchos han decidido llamarlo: hembrismo, debido, entre otras cosas, a que reiteran en la mujer su debilidad por no reconocerla responsable de sus actos, negarla como victimaria y justificar sus faltas como una consecuencia del hombre y no de ella misma, con la voluntad de herir o afectar al otro.
En este sentido, casos como: 1) el de Sara Sofía, desaparecida por su madre y padrastro; 2) la menor de edad de Medellín amarrada por su madre para ser abusada hasta tres veces al día; 3) la maestra que abusó de un menor de 16 años en la Comuna de Coquimbo (Chile); 4) la mujer que asesinó a su pareja empujándolo de un tercer piso; o 5) el doloroso caso de Lucio Dupuy, niño argentino de 5 años asesinado en manos de la madre y su novia, ¡y muchas otras mujeres! serían solo víctimas del patriarcado y el machismo interiorizado que las obligó a violentar.
MEDIDAS INEFECTIVAS E INÚTILES
Sin embargo, el mayor fracaso del feminismo se encuentra en el no otorgar una solución real que ataque las problemáticas de raíz, más allá de los fanatismos ideológicos e insensatos, impidiendo las verdaderas estrategias y perpetuando la violencia hacia la mujer –y demás seres humanos– con propuestas inútiles e inefectivas.
Recordemos, la creación de vagones exclusivos en el transporte público para las mujeres con el fin de evitar el acoso en Bogotá, una medida que no demoró en eliminarse debido a que no redujo los casos de violencia y acoso, ni mucho menos logró erradicar las prácticas de las mentes abusivas de aquellos que, con falta de educación, acosaban a las mujeres en dicho medio de transporte. Otros fracasaron, como los bancos morados en Puertollano (España) o los bancos rojos en Italia para combatir la “violencia de género”. Asimismo, los cursos de deconstrucción del hombre que satanizan la masculinidad y la creación de “Ministerios de la igualdad” –como el caso español– que consumen una gran cantidad de recursos públicos y burocráticos, pero no disminuyen, sino que por el contrario, aumentan los casos de “feminicidios”.
Parte del fracaso es ignorar o desviar la atención a esa otra parte de la población que también sufre y vive la violencia, que si bien no son la misma cantidad, cada número representa una vida: un hombre y un niño al cual el feminismo consideró que no era lo suficientemente importante por lo que lleva entre sus piernas.
Es importante entender que las propuestas no deben dirigirse a satanizar al otro por su sexo. Opuesto, se deben considerar y analizar, por ejemplo, la relación entre el uso y abuso de drogas o el alcohol y la salud mental, y la violencia en etapas tempranas y sus consecuencias en el desarrollo cerebral –de ahí que se mencione a personas que causaron abuso como consecuencia de haberlo vivido en sus etapas más tempranas de formación–. El abuso y violencia infantil, en muchos casos, es capaz de moldear el cerebro y afectarlo en áreas como la corteza prefrontal, encargada de regular las emociones, la toma de decisiones y el comportamiento alrededor de las relaciones sociales; es decir, un niño violentado, no desarrolla el mismo cerebro que un niño cuyo entorno le ama y le respeta, lo que lo convierte en una persona con necesidades en ayuda y apoyo en salud mental.
CONCLUYENDO
Por estas y muchas más razones que un solo artículo no me permite esbozar, soy una empecinada defensora de que vale la pena abandonar el feminismo. Aun entiendo que tiene diversas corrientes, unas menos autoritarias y colectivistas que otras, pero que vive de glorias pasadas para mantenerse vigente. Defiendo que este sea un día para entender que no se necesita ser feminista para apropiarse de la causa femenina, a no supeditarse a las narrativas que impone el feminismo que parece no permitirnos cuestionarlo y abandonarlo con libertad, sin miedo a padecer la dictadura de lo colectivo y los castigos sociales de criticarlo. Considero sinceramente que la defensa de la mujer puede hacerse como mero individuo que defiende la libertad y la igualdad ante la ley entre varones, mujeres, y por qué no, niños. Así, sin etiquetas ni ideologías, más allá del respeto a la vida, la libertad y la propiedad del otro.
Los derechos individuales son propios de todos, y no de grupos. No hay derechos de los gais, los negros, los cristianos, los ateos, las mujeres y los hombres. El hecho de diferenciarlos, admite que puede haber diferencias. El hecho de que a muchas mujeres no se les reconozcan sus derechos individuales, cosa que es cierta, no significa que su defensa deba etiquetarse bajo un nombre diferente a «individualismo». Del mismo modo que la defensa de los derechos individuales de los gais, de los negros o de los judíos no tienen un nombre en particular.
¿Qué diferencia habría entre «feminismo», «negrismo» y «gaismo»? Si todos defendemos lo mismo y la base es el individuo, la lucha debería ser por el individuo y el término «individualismo». Si no, sería como dividir la cuestión en luchas como si fuéramos grupos diferentes que defienden cosas diferentes. ¿Debería entonces también llamarme bajo todos los nombres de grupos que defienden sus derechos individuales? Yo siento que no, que debo concentrarme en la defensa de los derechos individuales de todos y denunciar, eso sí, los casos particulares de violaciones de dichos derechos. Si bien creo que es importante abrir una puerta de esperanza a aquellas mujeres que no tienen nuestra suerte, inspirándolas a pelear por sus derechos individuales, no creo que para ello sea necesario catalogarnos todas como feministas ni tampoco que el feminismo deba ser el tronco central.
–María Marty (Blanco, 2017, p. 52).
* Carol Borda Acevedo es Politóloga de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Bogotá. Cofundadora de “Empoderadas” y directora de “Nazer”, organizaciones colombianas creadas por jóvenes con la convicción de defender los derechos humanos desde la concepción y en las que también se habla de fuerza y de mujeres. Miembro del grupo base del medio “El Bastión” y columnista en “Al Poniente”.
El presente artículo fue publicado en El Bastión, de Colombia.
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