En 1930, en plena depresión, Keynes publicó un ensayo titulado “Posibilidades económicas de nuestros nietos”. El gran economista no tuvo hijos; su más cercano pariente vivo es un sobrino-nieto, Simón Keynes, catedrático de Cambridge, nacido en 1952. Así, los nietos en los que pensaba Keynes están entre los setenta y ochenta años, incluso los noventa; razón por la cual sus reflexiones aplican más a bisnietos, tataranietos y choznos.
Keynes pensaba que el problema económico, la escasez, no tenía que ser un problema permanente de la humanidad. El avance de la ciencia, el cambio técnico y la acumulación de capital debían permitir que, al cabo de unos cien años, la humanidad estuviera saliendo del reino de la necesidad y avanzando hacia el reino de la abundancia, donde, por la altísima productividad, todo mundo estaría bien abastecido y con la posibilidad de disfrutar el bien maravilloso del tiempo libre.
Aunque la pandemia del covid-19 afectó su tendencia de reducción a nivel mundial, muy probablemente en los años 30, habrá desaparecido la pobreza extrema (línea de US$ 2,15) y, en los años 50, la pobreza (línea de US$ 3,95). Al mismo tiempo, la irrupción de la Inteligencia Artificial (IA), anuncia la desaparición de algunos oficios; pero también la ampliación de muchos, la aparición de otros que no imaginamos y, sobre todo, la realización del sueño del Negrito del Batey: “trabajar se lo dejo todo al buey porque el trabajo lo hizo Dios como castigo”.
Aunque el ritmo acelerado de la innovación tecnológica de los últimos cincuenta años produce vértigo, no deberíamos olvidar que los grandes inventos en los que reposa nuestra civilización se produjeron en algún momento de la prehistoria pues ya estaban todos disponibles en la época de los Grandes Imperios de la Media Luna Fértil.
Casi todo lo que importa en el mundo moderno, sin lo cual no serían posibles las maravillas tecnológicas que asombran, era conocido en los albores de la historia: el fuego, los animales domésticos, los cereales, el olivo, el vino, la cerveza, el arado, la rueda, el remo, la vela, la piel curtida, el lino, los paños, los ladrillos, las ollas, el intercambio, el oro y la plata amonedados, el cobre, el estaño, el plomo, el hierro, la escritura, la contabilidad, la banca, las matemáticas, la astronomía, la religión, el derecho y , nada es perfecto, el estado. Todo ello reposa sobre la mayor invención de la humanidad: el lenguaje.
Aunque en la Edad Media hubo inventos importantes, como los molinos de viento que causaron el desvarío de Don Quijote, solo con la aparición del capitalismo moderno, a mediados del siglo XVIII, se desata la era de grandes invenciones aplicadas a la producción en la que vivimos, que ha permitido el aumento del ocio y que la mayoría de los hombres dejen de ser agricultores, soldados y obreros, convirtiéndose en científicos, literatos, artistas, músicos, deportistas y, claro, economistas. La cultura es la variedad de los oficios y la IA la aumentará.
* Dr. Luis Guillermo Vélez, es doctor de tercer ciclo en Ciencias Económicas de la Universidad de París X. Se desempeña como profesor en la Universidad EAFIT de Medellín, Colombia. Desarrolla actividades de consultoría para la Asociación Nacional de Empresas de Servicios Públicos, Andesco, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el Banco Mundial, Bancoldex, ASOCODIS, ACOLGEN y la Fundación Give to Colombia, entre otras organizaciones.
El presente artículo fue publicado en el periódico El Colombiano, de Colombia.
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