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“Son los hombres los que atraen con sus locuras infortunios no decretados por el destino”. La Odisea
Los políticos, en nuestro país, no han comprendido que la inflación no es una receta para el crecimiento, por lo cual se la aumenta creyendo que se la puede controlar en cualquier momento.
Con el fracaso estrepitoso de Los Fernández, una vez más, se ve claro que la inflación trae inestabilidad, se aplicó la receta, tantas veces fracasada, de regulación de precios y aumento cuantitativo de la emisión monetaria. El Gobierno se descolocó en la lucha por superar las consecuencias inflacionarias que no se esperaba fueran tan rápidas, no se dedicó a ordenar la economía para desactivar la bomba sociopolítica que amenazaba con estallar.
Ante la crisis, al desligarse de su responsabilidad, se convirtió en prisionero de su propio juego, optó por lo peor, no escuchar, hacer cómo que no ve y no decir nada al respecto.
Somos maestros
La sociedad se va acostumbrando y acomodando a la inflación, los argentinos somos maestros, conocemos bien sus efectos, las empresas y comerciantes aumentan sus precios encarando la devaluación futura, así es como se van perdiendo los valores normales de los bienes y de la moneda que dan estabilidad a las relaciones comerciales, y sobreviene la radicalización del comportamiento adquisitivo de la gente.
Así estamos, los gremios y las organizaciones sociales se han convertido en un factor potencial de la lucha por la distribución, ya no se acepta una continua retención de salarios, se han decidido por una agresiva política salarial.
Con la intensificación de los conflictos sociales el Gobierno renunció a su potencia ordenadora, se degradó, para convertirse en un auxiliar de los grupos con poder de presión. La imagen del Presidente y sus declaraciones de estos últimos días, lo confirman, al perder la estabilidad, perdió el Gobierno, ya no podrá aplacar las demandas de quienes eran en un principio sus subordinados, la calle se inundó de demanda monetaria, se puso en peligro de muerte al crecimiento. Se desmayó la ocupación, se distorsionó la dirección de los factores de producción, por lo que también surgieron problemas de estructura. Tantos resbalones, marchitaron la economía de mercado, su marcha regular.
Cuando se pretende estimular el crecimiento mediante inflación, siempre se produce un proceso de desequilibrio que apunta a los responsables de la política económica; el Gobierno teme la deflación y se pierde en un laberinto de economía planificada, bienestar, socialismo fiscal, política de dinero barato y plena ocupación, sin considerar la necesaria distinción entre medidas de corto y largo plazo. Está demostrado, suficientemente, en el mundo entero, que esta política frena el desarrollo.
Factor antisocial
En resumen, la inflación modifica el proceso económico en forma negativa, el comportamiento de los agentes económicos se vuelve imprevisible, un equilibrio estable de lo económico-social no es posible, se falsifican las relaciones de precios, no se solucionan los problemas de estructura y se originan nuevos que hacen difícil regresar a la estabilidad.
La inflación es antisocial, acentúa la tendencia a la concentración de patrimonios e implica la explotación de la ignorancia ya que complica de manera distinta a la gente: el acreedor obtiene un beneficio cuando el contrato contiene una cláusula de ajuste inflacionario, y afecta negativamente a quienes viven de un sueldo.
Los ahorristas sufren al reducirse su patrimonio, actúa como un impuesto adicional para los sectores económico y socialmente débiles; para huir de sus consecuencias, quienes se refugian en los bienes reales, originan recesión en el mercado y con ello precios altísimos, luchando contra ella, se pierden ideas, tiempo y esfuerzo.
Los continuos pequeños aumentos significan injusticia social, siempre hay partes de la población perjudicadas, cuesta creer que gobiernos que se dicen preocupados por los más débiles no quieran tomar medidas, aunque sean impopulares, para mejorar su condición y prefieran aumentar la pobreza.
No se dan cuenta que generarla es un error de cálculo político: al peligro de una inflación imparable, se suma la progresión impositiva, las perdidas en el capital ahorrado, incremento de las cargas sociales, generalmente un proceso económico-financiero de ahorro obligado sobre la base de reales aumentos impositivos.
En el sector empresario, la inflación destruye los principios económicos fundamentales de la economía de mercado. Se impide el principio regulador e incitador de la competencia y de la eficiencia. El Gobierno se sustrae de la responsabilidad político-económica, descarga su carga en forma de impuestos sobre la gente; convierte a los ciudadanos en súbditos, provoca un proceso de progresiva tutela y un estrechamiento de la libertad individual. Todos aspiran a su protección contra la inflación, se acentúa la lucha por la distribución y crecen los conflictos sociales, el clamor por la ayuda estatal es casi paradójico ya que son los que gobiernan quienes provocan el brote inflacionario, por fomentar y tolerar la situación.
Curandería económica
Hace décadas que se han manejado terapias que evidencian miopía económica, social, y política, no se combate la depreciación monetaria en sus inicios, sino que se la intenta ajustar posteriormente, no hay una receta eficiente sino pura curandería económica, medidas de corto plazo que la aceleran. La causa de la inflación, no se elimina, se disimula, se reemplaza, economía de mercado, por economía estatal, cada control, genera una cadena de ulteriores intervenciones; con el fin de asegurarlos requiere congelación de salarios y dividendos, así como intervenciones en el comercio internacional.
La oferta se vuelve peor y se reduce la calidad de los productos y servicios y con la disminución de la competencia aumenta el desequilibrio, tanto más porque los controles son costosos, pero no exitosos, son un medio para hacer creer a la gente que la inflación no es tal, se tornan ilusorios, porque se aumentan los precios antes de ser decretada la medida, y por el aumento de la demanda cuanto se levanta.
El gobierno, al que le toque poner las cosas en orden, para volver a la normalidad, deberá apelar, no a medidas aisladas, sino combinadas, tendrá que cumplir con una tarea esencial: imponer las condiciones previas para el crecimiento económico del mercado, hacer las reformas estructurales necesarias y reglas que lo estimulen y conserven, sobre todo que garanticen la funcionalidad del comercio.
Deberá ganar más libertad de acción frente a los grupos de presión, dar un golpe contra la mentalidad inflacionaria, poder inducir a los grupos económicos, en caso de participar del esfuerzo, a una conducta estabilizadora mediante prácticas de política coyuntural. Será un deber, además de bajar el gasto público, controlar a los sectores que favorecen la inflación, activando la política que genere competencia.
En cuanto a los gremios, son necesarios, pero sus actos, en Argentina, no son imparciales ni a priori favorables al mercado, por ello, solo cuando los económicamente responsables, combatan eficazmente la mentalidad inflacionaria, podrá operarse de manera que los gremios y empresarios vuelvan a amoldarse a las realidades económicas y políticas. Se va a necesitar del apoyo estatal, que en cierta medida garantice que la estabilidad no solo podrá ser recuperada, sino también, mantenida.
No hay que cansarse de repetir que las políticas dirigistas, estatistas, e intervencionistas, suponen siempre lo mismo que el totalitarismo, un avance arrollador del Estado sobre la sociedad civil en todos sus aspectos, siendo siempre un castigo para la economía de mercado, para los empresarios capitalistas, salvo para los amigos del Gobierno. De que la sociedad lo comprenda, depende un cambio bienhechor.
* Elena Valero Narváez es historiadora, analista política y periodista. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia y Miembro del Instituto de Economía de la Academia de Ciencias Morales y Políticas. Premio a la Libertad de Fundación Atlas 1853. Autora de “El Crepúsculo Argentino”, publicado por Editorial Lumiere en 2006.
El presente artículo fue publicado en La Prensa de Argentina.
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