En el libro La Riqueza de las Naciones, Adam Smith creó una economía política que hacia depender la riqueza y el bienestar de la gente de una economía industrial altamente desarrollada, en expansión, y de un sistema de “libertad natural” que se regulaba a si mismo.
Gertrude Himmelfarb en su preciado libro La idea de la pobreza se refiere a Adam Smith como genuinamente revolucionario tanto en su actitud hacia los pobres como en sus ideas sobre la pobreza. Pero no en el sentido que muchos le dan: la desmoralización de la economía proveniente de la doctrina del laissez- faire, como también la del hombre económico y la de los pobres que se encontraban a merced de fuerzas que no controlaban, sobre las cuales en la nueva economía política, nadie tenía control.
Esta interpretación de La Riqueza de Las Naciones, nos dice la autora, es común, pero no justa, porque supone que la idea de Smith de una economía de mercado carecía de un fin moral, que su concepto de la naturaleza humana era mecanicista y reduccionista y que su actitud hacia los pobres era indiferente o insensible. No toma en cuenta que Smith era un filósofo moral por convicción y profesión, como profesor de filosofía moral de la Universidad de Glasgow y célebre autor de La teoría de los sentimientos morales.
FILOSOFÍA MORAL
No era un individualista cruel, como a veces se pretende, por el contrario, una lectura atenta de su libro sugiere, que la economía política, como el filósofo escocés la entendía, formaba parte de un nuevo tipo de filosofía moral.
Smith insistió en que había muchas ocasiones, en que los intereses del individuo tenían que cederle el lugar a los intereses de los otros, sin importar ningún cálculo de utilidad: “Un individuo nunca debe preferirse más que a otro, como para dañarlo y ofenderlo, para beneficiarse, aunque el beneficio que obtenga sea mucho mayor que el daño o la ofensa al otro”.
Una de las principales críticas que hacía al sistema mercantil era que alentaba a los comerciantes y a los fabricantes a ser egoístas e hipócritas. Estos ataques a los intereses privados, señala la autora, que estaban en conflicto con el interés general, en especial con los pobres e indigentes, difícilmente pueden reconciliarse con la famosa afirmación: “No esperemos nuestra comida de la bondad del carnicero, del cervecero, o del panadero, sino del fomento de sus propios intereses”.
Pero, el principio del propio interés lo proponía limitado por ciertas condiciones: que estos no se aprovecharan de los otros, que respetaran las reglas del mercado libre y que no “conspiraran, engañaran y oprimieran”.
Nos explica Gertrude, que la mano invisible, desde luego era invisible, porque el espíritu del sistema de “la libertad natural” no requería “ninguna mano” ni intervención o reglamentación para producir el bien general. Sin embargo, la metáfora sirvió para el importante propósito de recordarle al lector cuál era el fin de ese sistema: el individuo era impulsado por la mano invisible a “promover un fin que no era parte de su intención al buscar su propio interés, frecuentemente, promovía el de la sociedad y más eficazmente que cuando realmente intentaba originarlo”.
Esa metáfora pone el énfasis de la argumentación en el interés general, sin ella, podía haberse apoyado en el interés del individuo.
LAS PERSONAS
El titulo, La Riqueza de las Naciones no se refería a la Nación en el sentido mercantilista : nación-estado, cuya riqueza era la medida del poder que podía ejercer frente a otros estados, sino a las personas que la integraba. La importancia de la gente aparece pronto en el libro, cuando examina la división del trabajo, afirma que la gran “opulencia universal” se difunde por los diferentes sectores de la sociedad: “Lo que mejora las circunstancias de la mayoría no puede considerarse un inconveniente para la totalidad… ninguna sociedad puede florecer y ser feliz, si la mayoría de sus miembros son pobres y miserables”.
Pensaba que los trabajadores, como consumidores, estaban mal retribuidos por el sistema que promovía los precios altos y combatía las importaciones y, como productores, por un sistema que permitía que los patrones por medios legales o ilegales mantuvieran bajos los salarios y los precios elevados.
En resumen, los pobres eran las principales víctimas del sistema existente y serian los principales beneficiarios del sistema natural propuesto por Smith.
La condición de los pobres era decisiva para el sistema de libre mercado, por lo tanto, como productores de los bienes que gozaba el resto de la sociedad, tenían derecho a una parte justa de esos bienes.
LOS SALARIOS
Su obra no solo fue un ataque a la reglamentación gubernamental y un alegato al laissez-faire, era también una crítica a la teoría prevaleciente de los salarios. Los cuestiona cuando son bajos ofreciendo una razón para ello; en oposición a David Hume, quien explicaba que en los años de escasez cuando eran bajos “los pobres trabajaban más”, Smith creía que los salarios altos eran consecuencia de una creciente riqueza y que la división del trabajo era crucial por la misma razón: contribuía a una mayor productividad y por ello a una economía en expansión, donde la riqueza creciente podía alcanzar a los estratos más bajos de la sociedad. Estaba convencido que el libre comercio aumentaría la libertad y la riqueza; los salarios altos asegurarían la productividad y el interés personal del individuo promovería, aunque inconscientemente, el interés público.
Para Smith, apunta Himmelfarb, como en general para la Ilustración escocesa, la razón no definía a la naturaleza humana sino los intereses, las pasiones, los sentimientos, las simpatías, cualidades que compartía toda la gente, sin distinciones. No se necesitaba un déspota ilustrado para promover esos intereses, ni un legislador del tipo de Bentham, para lograr que fueran armónicos, solo se requería liberar a toda la gente para que pudieran actuar a favor de ellos: con estos actos individualmente motivados, libremente inspirados, el interés general surgiría sin intervenciones, reglamentos, o coerción.
LA EDUCACIÓN
En cuanto al problema naturaleza-educación, Smith subrayaba la educación, creía que si las personas eran distintas no se debía a diferencias innatas sino al diferente desarrollo de las cualidades comunes, el cual dependía de los hábitos, la cultura, y la educación. La única cualidad innata que menciona, compartida sin distinciones, es la de “la propensión a permutar, traficar, e intercambiar”.
Afirmaba que era el común denominador que permitía que todos participaran en la división del trabajo y que todos se beneficiaran de esa división. Así también, las diferencias entre los órdenes sociales eran funcionales y no jerárquicas, los tres órdenes se definían por la naturaleza de ingresos: rentas, salarios y ganancias y no por la posición en una jerarquía alta, media o baja, lo importante de los sectores bajos no era su status sino que recibían sus ingresos en forma de salarios y no de rentas o ganancias.
Eran los más importantes de una empresa económica porque su trabajo era la fuente del valor .(Recordar que Smith describió el valor de una mercancía en términos del trabajo requerido para la obtención de un bien). El trabajo, tal como las rentas y las utilidades, era un patrimonio, una forma de propiedad que tenía derecho a la misma consideración que cualquier otro tipo de propiedad.
Donde por momentos le falla esta visión optimista es en el tema de la alienación de la clase trabajadora. La sitúa no en el capitalismo sino en el obrero industrial: lo reducía a un estado de letargo, estupidez e ignorancia, a menos que el gobierno hiciera algo para cambiar su situación. Esta imagen pesimista no condice con la que presenta en la mayor parte de su obra, donde le asigna al obrero industrial inteligencia, buen salario, y mejoramiento continuo, compartiendo con los demás “la opulencia universal” creada por la división del trabajo.
LA SOLUCIÓN
Al final de su obra plantea como solución, la educación pública: educar por medio de la lectura, escritura y aritmética; el Estado debía cobrar una cuota muy modesta, para que hasta el más pobre pudiera pagarla, aunque las escuelas no serian obligatorias, lo seria cierto tipo de instrucción antes de presentarse a un trabajo o establecer un comercio.
En pos de mejorar la condición de los pobres contradice su doctrina: había predicado en la mayor parte de dos volúmenes contra las reglamentaciones gubernamentales y luego, propone una participación del Estado mayor de la que existía en este tema.
Smith no criticaba a los románticos de esa época que idealizaban el analfabetismo como parte de una cultura natural superior del pueblo. Criticaba, por lo menos implícitamente, a sus contemporáneos quienes les negaban a los pobres la capacidad y la oportunidad de lograr “los valores de la clase media”, a los que creían que ninguna educación podía civilizarlos, socializarlos y moralizarlos y a quienes les preocupaba que el populacho educado se volviera rebelde, exigente, y disconforme…
Cuando pide que se los eduque para que se conviertan en mejores ciudadanos, en mejores trabajadores, y en mejores seres humanos, no desprecia a los pobres, les atribuye los valores que él tenía en alta estima.
Pretendía hacer posible la libertad y hacer de ella una virtud, lo era para él, era la condición previa para todas las otras virtudes, deseaba que fuera accesible a la gente común, aun a aquellos entrenados para ocupaciones más simples.
Smith no era partidario -como se pretende- de un laissez-faire dogmatico y riguroso, su plan de educación solo es uno de los ejemplos en que se apartaba del laissez-faire y no involuntariamente. Lo hizo también, cuando propuso una ley que limitaba la libertad de los banqueros para hacer billetes o cuando abogó para que se conservara la ley contra la usura. De igual manera, aunque implícitamente, cuando apoyó la ley de los pobres y no se opuso a la obligación de ofrecer ayuda a los que no podían mantenerse.
EQUIDAD
Adam Smith, señala la conocida historiadora, no pretendía que la igualdad formal de la ley, ni la igualdad natural de las leyes de la economía política, tuvieran el mismo efecto sobre los pobres que sobre los ricos, fue por eso que inventó un sistema estatal de educación específicamente destinado a los pobres y apoyó las leyes que favorecían a los trabajadores, abogó por una política de salarios altos y una economía progresista.
No negó el hecho de la desigualdad pero tampoco abandono su supuesto básico: que los pobres, igual que los ricos, eran agentes morales libres, responsables. Mostró el mismo espíritu pragmático, y la misma preocupación por los pobres con respecto a los impuestos: su primer principio fue que debían gravarse proporcionalmente a la capacidad de pago y solo podía ser gravado el lujo y no los artículos necesarios. Desaprobó también los reglamentos de los salarios que en vez de establecer una tasa mínima, establecían una tasa máxima, en cambio apoyó la ley que exigía que los patrones les pagaran a los obreros en efectivo, en vez de hacerlo en mercancías.
CONCLUSIÓN
Resumiendo a la autora, la economía política para Smith no era un fin en sí, sino un medio para lograr un fin y el fin era la riqueza y el bienestar moral y material de la gente de la que los pobres trabajadores formaban la mayor parte.
Tenían un status moral en esa economía, no el especial que tenían en el orden jerárquico sino el que los unía como individuos en una sociedad libre en la que compartían una naturaleza humana común, es decir, moral. Entre la antigua economía moral y la economía política del filósofo, había un abismo: la primera dependía de un sistema de reglamentaciones derivados de la equidad, la tradición, la ley, era un sistema que ordenaba los precios justos, salarios justos, derechos consuetudinarios, leyes corporativas obligaciones paternalistas, relaciones jerárquicas, todo estaba destinado a lograr un orden orgánico estructurado, seguro, armonioso.
El sistema de libertad natural, en cambio, se enorgullecía de ser abierto, móvil, cambiante, individualista, con todos los riesgos pero también con todas las oportunidades asociadas a la libertad.
* Elena Valero Narváez es historiadora, analista política y periodista. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia y Miembro del Instituto de Economía de la Academia de Ciencias Morales y Políticas. Premio a la Libertad de Fundación Atlas 1853. Autora de “El Crepúsculo Argentino”, publicado por Editorial Lumiere en 2006.
El presente artículo fue publicado en La Prensa de Argentina.
Leer más artículos de la misma autora:
- Argentina: Juventud, divino tesoro – por Elena Valero Narváez April 21, 2023
- Argentina: No todos los caminos conducen a Roma – por Elena Valero Narváez March 29, 2023
- Opinión: Hayek y Mandeville, autor de “La fábula de las abejas” – por Elena Valero Narváez March 1, 2023
- Opinión: Adam Smith y la pobreza – por Elena Valero Narváez February 1, 2023
- Argentina: La aventura de la libertad – por Elena Valero Narváez December 21, 2022
- Argentina: Una época de crecimiento prolongado – por Elena Valero Narváez December 7, 2022
- Argentina: En 2023, ¿otra oportunidad? – por Elena Valero Narváez November 22, 2022
- Argentina: Antón pirulero, cada cual atiende su juego – por Elena Valero Narváez November 8, 2022
- Argentina: Se oscurece el camino – por Elena Valero Narváez October 12, 2022
- Argentina: La guerrilla aún nos divide – por Elena Valero Narváez September 28, 2022