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El crecimiento del tamaño del Estado, a costa de debilitar al sector privado con exceso de impuestos, explica la decadencia que acusa el país en su conjunto.
En la nota que el último fin de semana publicó Daniel Sticco en Infobae (sobre la evolución del gasto público consolidado, pueden verse dos datos relevantes: 1) durante las décadas del 80 y el 90 se mantuvo en un promedio del orden del 30% del PBI; y 2) es a partir de 2005 que empieza a crecer y en forma más acelerada en 2007, hasta alcanzar el actual 47% del PBI.
Sin duda que el viento de cola de la soja de principios del siglo XXI contribuyó a financiar ese nivel de gasto público, situación que se dio en varios países de américa del sur. Varios gobiernos populistas autocráticos no hubiesen surgido sin la ayuda del viento de cola del precio internacional de las materias primas que exporta la Argentina.
Sin embargo, el gasto público del 30% del PBI tampoco resultó tan fácil de financiar y derivó en varias crisis. En la década del 80 podemos contar el colapso de la “tablita cambiaria” sostenida en base deuda pública, luego la crisis del Plan Austral, el Plan Primavera, la hiperinflación y el colapso del 2001/2002, con devaluación, default y pesificación de los depósitos en dólares.
La contracara del aumento del gasto público son las confiscaciones de ahorros, como ocurrió con los ahorros que teníamos en las AFJP bajo el gobierno kirchnerista, y la infinidad de impuestos que fueron surgiendo y otros aumentados para sostener un tamaño del Estado absolutamente infinanciable por parte del sector privado, además del consumo del stock de capital productivo.
¿Por qué aumentó tanto el gasto público?
Uno puede analizar dónde subió el gasto y detectar los rubros que explican ese aumento y va a verificar que no son aumentos para prestar mejores servicios, sino que son puro populismo. El grueso del incremento de las partidas presupuestarias se concentra en lo que se denominan planes sociales y en particular el gasto en jubilaciones y pensiones contributivas y moratorias excesivas, ya que el kirchnerismo demagógicamente duplicó la cantidad de beneficiarios sin que hubiesen aportado al sistema, igualando a todos hacia abajo.
Otro rubro es la creciente nómina del empleo público en los tres niveles de gobierno. En 2002 había 1,9 millones de empleados públicos sin contar a los organismos descentralizados y empresas públicas, y en noviembre de 2021 llegaban a los 3,3 millones, un 74% de aumento, muy lejos de la tasa de incorporación neta en el sector privado.
Un tercer rubro son los subsidios económicos para financiar a las empresas por las tarifas de servicios públicos artificialmente bajas que pagan los usuarios. En 2006 empezaron representando el 1,3% del PBI y llegaron a un máximo del 5% del PBI en 2014, Mauricio Macri los bajó hasta el 1,6% del PBI y este Gobierno volvió a llevarlos a 3,25% del PBI.
Planes sociales, empleo público, tarifas artificialmente bajas de los servicios públicos, duplicar la cantidad de jubilados y pensionados sin tener financiamientos no son otra cosa que populismo en estado químicamente puro.
Los aumentos del gasto no responden a una mejora en los servicios de seguridad, defensa, justicia, educación o salud, sino que responden a captar votos repartiendo recursos obtenidos vía endeudamiento público, emisión monetaria y aumento de la presión impositiva. El cálculo ha sido: pierdo votos entre los que castigo con más impuestos, pero gano más entre los que reparto ese gasto.
Por eso vemos que, con el populismo que los caracteriza, el kirchnerismo, insiste con cobrar nuevos impuestos, queriendo prorrogar el denominado “impuesto a la riqueza” que iba a ser por única vez e inventando el gravamen a las viviendas desocupadas.
Factores de crecimiento
Dado que bajar el gasto público aparentemente implica perder votos, es que se inventa eso de que van a lograr equilibrar las cuentas del sector público gracias al crecimiento económico.
Crecimiento implica aumentar la capacidad de producción. Hundir inversiones, contratar personal para crear o ampliar una empresa, comprar insumos, lidiar con los problemas del negocio y arriesgar el capital en un emprendimiento que nunca se sabe si saldrá bien.
Considerando que en la Argentina hay que lidiar con los controles de precios, la falta de dólares para importar insumos, soportar nuevas cargas tributarias, lidiar con una legislación laboral que no busca crear más trabajo sino depredar los pocos que quedan, y ausencia de crédito interno para financiar inversiones, resulta bastante difícil imaginar que alguien vaya a hundir inversiones en Argentina con esas restricciones. Y si osa hundir inversiones y sortear todos los obstáculos mencionados anteriormente, luego tiene que lidiar con el sindicalismo de los Moyano que en cualquier momento le cruza camiones delante de la empresa y no lo deja trabajar.
Es pura fantasía imaginar que Argentina puede llegar a crecer con todos estos ataques a la inversión, tanto en variables económicas como en falta de calidad institucional. Porque mientras exista este nivel de gasto público, la emisión monetaria, con los consiguientes controles de precios continuarán, al igual que esta carga tributaria que espanta inversiones y hasta la misma gente se va del país buscando ser responsables tributarios en países más amigables.
El Estado presente ha estado lo suficientemente presente como para destruir la economía, la moneda, ahuyentar inversiones y crear un estado de pobreza y desocupación inimaginables que pudieran ocurrir en nuestro país. No va a ser fácil desatar este nudo de gasto público, pobreza y desocupación considerando la cultura de la dádiva que se ha creado en detrimento de la cultura del trabajo.
Mientras siga este nivel de gasto público continuará la decadencia de la Argentina, porque se basa en querer construir un país en base a empleo público y planes sociales atacando a todo aquél que produce y quiere generar riqueza.
Sabemos cuánto y dónde aumentó el gasto público. Ahora tenemos que entender que ese gasto público es puro populismo que está destruyendo el futuro de nuestros hijos, gasto público que ataca los valores que alguna vez hicieron grande a este país: la cultura del trabajo.
* Roberto Cachanosky es Licenciado en Economía por la Universidad Católica Argentina. Profesor titular de teoría macroeconómica en el máster de Economía y Administración de Empresas del Centro de Estudios y Capacitación Empresarial y de economía aplicada en el máster de Economía y Administración del Instituto universitario. Es columnista del diario La Nación. En la actualidad se desempeña como consultor económico y edita un semanario económico en Internet llamado Economía para todos (EPT).
El presente artículo fue publicado en Infobae de Argentina.
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