Elena Valero Narváez

Argentina: La aventura de la libertad – por Elena Valero Narváez

Existen personas, grupos y partidos que se quejan constantemente de la sociedad actual, la llamada sociedad del conocimiento. Encuentran horrenda la aventura de vivir con la libertad que ofrece la cultura occidental. No toleran la inseguridad, la incertidumbre, el desarraigo y el miedo, costos que se deben pagar si deseamos vivir de acuerdo a nuestro propio criterio.

Reniegan sin saber que no existen soluciones radicales para evitar esos costos, dependen de la capacidad personal de crecimiento y madurez interior para tolerarlos, a cambio gozamos de éxitos enormes que hacen al mejoramiento de nuestra existencia.

Los que dicen que vivimos en un mundo diabólico se equivocan, provocan insatisfacción en la juventud, hacen pensar que no hay futuro, crean la sensación de que estamos atrapados en una sociedad en decadencia, lo que no es cierto. Para esta gente no vale la verdad aunque se le ofrezcan datos, quieren asustar, desean sensaciones, preconizan la destrucción del cosmos, algunos hasta le ponen fecha. Es algo que no podemos saber ni remotamente. La vida es un camino abierto con rumbo nunca seguro, podemos progresar como lo hicimos en Argentina desde que la Constitución de 1853 nos marcó el rumbo o involucionar, como lo venimos haciendo desde 1943, sin encontrarlo.

Los grupos, tan de moda, que despotrican contra la ciencia y la técnica, lo hacen contra las herramientas que pueden ayudar a mejorar el mundo, hacen lo que tan bien describió Ortega y Gasset: se retraen a una sola cuestión, la exageran, renuncian a aceptar la vida tal cual es y, por una ficción íntima, inspirada por su desesperación, la reducen al extremismo.

Desde él niegan la ciencia, la moral, el orden, la verdad. Debemos alertar sobre este peligro social, saber que no estamos obligados a creerles por más que juren y perjuren que son sinceros. Bien nos decía Ortega: “El hombre muchas veces se deja matar por sostener su propia ficción”.

La individuación es una característica primordial de la sociedad abierta: el grado en que la persona es capaz de disentir con el grupo y asumir la posibilidad de oponerse, desobedecerlo o alejarse de él. La libertad para decidir qué hacer de nuestra vida trae inseguridad aunque también crecimiento personal y psicológico, aporta ventajas y desventajas, la sociedad actual nos propone desafíos que no sabemos si los podremos resistir como la individuación, recién descripta, que nos penetra de inseguridad psicológica.

Son muchos los que añoran volver a la seguridad de la sociedad primitiva, idealizada, donde se hacía lo que siempre se había hecho así, a través de cientos de años, porque el cambio apenas existía, las leyes habían sido dadas por los dioses, la acción era prescriptiva, elegía el grupo. En la sociedad actual el cambio está permitido, es permanente, la acción es electiva, la Tradición no es sagrada, podemos pensar diferente, incluso desafiar al poder.

Hoy podemos elegir un compañero de la vida pobre, chino, negro u homosexual y si alguien se nos opone, decimos como si fuera un decreto, y aunque traiga funestas consecuencias: ¡estamos enamorados!.

INDIVIDUO

En el siglo XIV Romeo y Julieta aún no podían elegir, debieron luchar para estar juntos. Recién en el siglo XIX se pudo seguir los sentimientos y no lo que convenía a la familia. En la sociedad moderna no importa el grupo sino lo que uno quiere, el hombre asume la jefatura de si mismo, se ha liberado de la presión colectivista del grupo. ¡No es poco!.

En Occidente vivimos en el mejor mundo que ha existido. La cultura judeo-cristiana a la que pertenecemos ha desarrollado valores de libertad, constitucionalismo y federalismo. Ninguna sociedad ha tenido la preocupación por hacer leyes más justas y más humanas que la nuestra.

La estructura de clases ha perdido su rigidez, se disolvió como un terrón de azúcar en el agua. Nuestro entorno mejoró ostensiblemente en pocos siglos, basta pensar en la medicina, en las comunicaciones, en las posibilidades de vida, en las horas que se sumaron a actividades relacionadas con el ocio, el mundo de la recreación es enorme, lo que indica el aumento de la complejidad social.

El futuro no está escrito. Edipo no pudo escapar a su destino, nosotros, si vivimos en libertad, podemos realizarlo a nuestra medida. Caminamos en dos patas por un corto periodo de tiempo, debemos aprovechar la autonomía, andar sólo es una conquista. El hombre libre vive en un cambio constante, por naturaleza está siempre en acción, cambia trabajo, amigos, parejas, a veces le va bien y otras mal, no es omnisciente, comete errores, puede hacerse cargo y corregirlos.

Por eso el papel de la responsabilidad personal es tan importante, la ética de la que hablaba Kant es sustancial para ejercer la libertad. En las sociedades tradicionales o totalitarias se vive como niños protegidos por el poder. En cambio, si ejercitamos nuestra libertad, crecemos como personas, ella está obligada a reverenciar la ley, la cual nos exige respetar a quienes nos rodean.

La sociedad abierta abrazó al individualismo, concepción filosófica que considera que el individuo es el rey. Lo bueno de cualquier sistema es que garantice su seguridad, es muy diferente al colectivismo que pretende su sacrificio en función de la familia, del grupo, de la especie humana: primero la clase, la sociedad, luego el hombre. El individualismo dice: ello tiene que ser una opción, se debe poder decir no, lo que es bueno para el hombre es bueno para la sociedad.

Si debilitamos al individuo matamos a la gallina de los huevos de oro, en cambio, si lo dejamos en libertad aportará creaciones, riqueza, progreso, el hombre necesita meterse en problemas y tratar de superarlos; la creación humana es así, enfrenta riesgos, le dice no a un mundo feliz, sin problemas, lo cual sería como estar en el cementerio.

Los problemas de la libertad, de la seguridad jurídica y el de la responsabilidad, perduran en el mundo. En Argentina, se atisba un progreso, la Justicia y la sociedad dijeron no a un gobierno que es un desastre, se están planteando problemas, lo primero es focalizarlos, luego vendrán las soluciones. El liderazgo se está dando cuenta que la gente quiere que el Estado sirva a la sociedad civil, no al revés.

El futuro no tiene realidad, puede tenerla por nuestra propia actividad, en cambio el pasado es inamovible, pero podemos revivirlo, buscar algo significativo en relación con nuestro presente que mira hacia el futuro. Sócrates decía que una vida sin examen no merece la pena, debemos ocuparnos de ella, porque el futuro es posibilidad, no está escrito, depende en gran parte de cada uno de nosotros.

Es preciso evitar y combatir al fanatismo. Karl Popper nos propone autoemanciparnos por el conocimiento, liberarnos del error, de la superstición y de los falsos ídolos. Nos provoca a criticar nuestros errores, a no aceptar el fanatismo que convierte a nuestras metas, muchas veces, aunque tengan fines éticos, en su contrario.

La autocrítica es sólo posible en una sociedad pluralista, abierta, con tolerancia a nuestros errores y a los de los demás. Los fanáticos no separan sus ideas para considerarlas críticamente. En muchos países latinoamericanos y en el nuestro se extrema la idea de justicia social y otras igualmente arbitrarias, como la de igualdad, poco o nada razonables.

Debería enseñarse a la juventud no sólo a que luchen por sus convicciones, sino también a que no olviden que están sujetas a corrección. La vida es un continuo hacernos a través de la libertad, enseñémosle a valorar la vida, que no la dilapiden renunciando a elegir el propio destino.

* Elena Valero Narváez es historiadora, analista política y periodista. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia y Miembro del Instituto de Economía de la Academia de Ciencias Morales y Políticas. Premio a la Libertad de Fundación Atlas 1853. Autora de “El Crepúsculo Argentino”, publicado por Editorial Lumiere en 2006.

El presente artículo fue publicado en La Prensa de Argentina.

 

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