En la época medieval quemaban en hoguera a brujos y falsos profetas; en la actualidad viajan en avión privado a conferencias para combatir el cambio climático. Una de las cláusulas más importantes de los Acuerdos de París (2015) establece la meta de mantener el aumento de la temperatura “promedio” del planeta a menos de 2 °C (3.6 °F) sobre niveles “preindustriales” y, de preferencia, a menos de 1.5 °C (2.7 °F). Miles de delegados de 190 países reunidos en París celebraron el acuerdo con júbilo; habemus acuerdo para salvar el planeta. Una reunión multilateral para discutir medidas para mitigar la contaminación del ambiente tiene sensatez; exigir masivas cantidades de dinero y regulaciones para alcanzar una determinada temperatura “mundial” a fin de siglo es de falsos profetas vendiendo indulgencias para la salvación.
Los complejos modelos matemáticos, la ciencia detrás de París, señalaban que para que el mundo no se caliente más de 1.5 °C las emisiones tienen que reducirse 50% para 2030 y llegar a cero a mediados de siglo. A siete años de París y de 2030, el mundo ni por asomo se acerca al objetivo de reducir las emisiones en 50%.
La 27 Conferencia de Cambio Climático de las Naciones Unidas (COP 27) se realiza del 6 al 18 de noviembre 2022, en Sharm El Sheikh, Egipto, con la asistencia de 90 jefes de Estado y delegados de 190 países. 33,449 personas han acudido a la cita, incluyendo 11,711 de organizaciones no gubernamentales. Emiratos Árabes Unidos envió una delegación de 1,073 participantes; Brasil, 573 y la República Democrática del Congo, 459.
La reunión provoca inmensa cantidad de emisiones: vuelos privados y comerciales, limusinas y el rugir del aire acondicionado; hay mucho calor. Serán muy pocos los activistas de ONG que acudan a pie o en bicicleta. Durante dos semanas beberán copiosas cantidades de agua embotellada —no es recomendable beber el agua del grifo en Egipto—. Miles de manifestantes en Cop 27 portan carteles y pintas exigiendo el 1.5 °C, vegetarianismo y el abandono de fertilizantes.
El Cop 27 ha adoptado un nuevo tenor; reparaciones. El secretario general de la ONU, Antonio Guterres, declaró que los países ricos deben pagar a los países pobres al menos US$2 trillones anuales. El ministro de Ambiente de Pakistán exigió que países ricos, culpables del cambio climático, paguen US$30 mil millones de daños causados por recientes inundaciones en ese país. Wikipedia señala que los países ricos aportaron US$29 mil millones “al asunto” en 2020, pero es solo una fracción de lo que ”se necesita”. Alemania y Dinamarca han prometido más de 170 millones de euros para el “escudo global”, un nuevo fondo para lidiar con desastres climáticos. Continúan negociaciones sobre pérdidas y daños. Ante la posibilidad de extraer rentas, se entiende por qué es tan numerosa la delegación del Congo.
Un estudio de Our World in Data de la Universidad de Oxford estima que, desde París 2015, China ha emitido más dióxido de carbono que el Reino Unido desde 1750, el inicio de la era industrial. Como es de esperarse, la delegación china está a favor de que los países ricos paguen daños; ellos se consideran exentos, ya que China es país en desarrollo.
El tema ya no es el clima o cómo reducir la contaminación ambiental; se trata de repartir, redistribuir, que victimarios paguen a víctimas. Trillones para las burocracias y activistas. En nombre del cambio climático y 1.5 °C, los gobiernos y expertos que los respaldan buscan imponer medidas y regulaciones que lejos de regular el clima solo pueden provocar más burocracia, miseria y pobreza.
* Dr. Fritz Thomas, Ph.D., es Doctor en Economía por la Universidad Francisco Marroquín (UFM) de Guatemala y profesor de la misma casa de estudios.
El presente artículo fue publicado en Prensa Libre de Guatemala.
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