La historia muestra que las revoluciones suelen ser capturadas por caudillos que pronto olvidan los ideales populares que los impulsaron al poder e imponen el remedio de la dictadura, que resulta peor que la enfermedad. Este fue el caso del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en Nicaragua. De la insurrección sandinista y levantamiento popular que derrocó a Anastasio Somoza en 1979 hoy solo queda como remanente un viejo dictador cleptócrata que se convirtió en aquello que combatió en el pasado, corregido y aumentado. Somoza manejaba Nicaragua como su finca; ahora el país es feudo de la familia Ortega Murillo y la burocracia, del partido gobernante, que ordeñan a sus anchas, sin pretensiones revolucionarias o ideológicas más que el antiimperialismo yanki.
El FSLN entró a Managua en julio de 1979 con el beneplácito y apoyo moral del presidente de EE. UU. Jimmy Carter, poniendo fin a la dictadura somocista y dando inicio a la Revolución Sandinista. Se forma una Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional, con Daniel Ortega a la cabeza, que incluye a personas de diversos sectores de la sociedad nicaragüense. El gobierno de “unidad” pronto se desmorona en cuanto se vuelve aparente el carácter autoritario e ideológico del FSLN; instituciones clave de gobierno dejan de ser nacionales para convertirse en instrumentos del partido, ejército sandinista, policía sandinista, escuela sandinista, juventud sandinista, todo es sandinista — de liberación nacional. El gobierno de Nicaragua se apega abiertamente al régimen cubano que envía fuerte contingente de “maestros, médicos y asesores”, y a la Unión Soviética, que arma a su ejército. Todo esto ocurre en el contexto de la Guerra Fría e insurgencias revolucionarias en El Salvador y Guatemala.
Cuando Ronald Reagan gana la presidencia, la política internacional de EE. UU. da un giro y la CIA apoya a grupos insurgentes, conocidos como “la Contra”, que combaten al gobierno sandinista e incluye a líderes como Edén Pastora, otrora el célebre comandante “Cero” del propio sandinismo. Con gran renuencia, bajo fuerte presión internacional y una insurrección armada, el gobierno sandinista celebró elecciones libres en 1990 y fue derrotado en las urnas. Ganó y asumió la presidencia Violeta Barrios de Chamorro, viuda del periodista Pedro Chamorro, director de La Prensa, asesinado por el gobierno de Somoza en 1978, hecho catalizador de descontento y movilización popular e internacional que abrió la puerta al sandinismo. A Violeta le siguieron gobernantes corruptos e inefectivos para la sociedad nicaragüense.
Daniel Ortega regresó al poder al ganar las elecciones presidenciales en 2006 y de allí no se ha movido. Ha participado como candidato del FSLN en ocho oportunidades; ganó la primera en 1984, perdió la segunda (1990), tercera (1996) y cuarta (2001) y ha ganado las últimas cuatro (2006, 2011, 2016, 2021). El FSLN tiene poca imaginación y sentido de alternabilidad; en 37 años solo ha presentado a un candidato, Daniel Ortega. La ultima elección que ganó Ortega (2021) salió directamente del manual del dictador; mandó presos a sus contendientes para que no pudieran participar. Al “ganar”, los desterró. Este no es aprendiz de tirano; es maestro.
En su más reciente hazaña, Ortega clausuró las cámaras empresariales, acto revanchista y quizás innecesario; ya las tenía domesticadas. Es la naturaleza de la dictadura autoritaria, el servilismo es la única manera de prosperar hasta que deja de servir. La dictadura de Ortega ya tiene un hedor nauseabundo; otra revolución traicionada por el despotismo.
* Dr. Fritz Thomas, Ph.D., es Doctor en Economía por la Universidad Francisco Marroquín (UFM) de Guatemala y profesor de la misma casa de estudios.
El presente artículo fue publicado en Prensa Libre de Guatemala.
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