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La Conferencia del Cambio Climático de la ONU (COP26), que se inauguró el 31 de octubre en Glasgow, es una gran estafa, un corral al que se arrea a las masas de dóciles e incrédulas ovejas para trasquilarlas. Es razonable y aconsejable tomar conciencia de la necesidad de reducir la contaminación ambiental; las formas de producción y consumo están en camino a transformarse porque eso es lo que quiere la sociedad. Pero de allí a afirmar que la COP26 es “la última y mejor oportunidad para cumplir el objetivo de +1.50C como límite del calentamiento del planeta” hay un gran trecho. Burócratas, medios y activistas replican, haciendo coro hipnótico a esta absurda afirmación, como si fuera razonable y sensata. Es una emergencia que exige que usted nos dé más control sobre su vida, más poder y recursos; a cambio vamos a mantener la luna en su órbita. Están vendiendo entradas al cielo a cambio de su dinero y obediencia; aplauda con más entusiasmo.
Temo más por la humanidad, a lo que harán las élites gubernamentales, corporativas y expertas en nombre del cambio climático que al cambio en el clima.
El principal asesor científico del gobierno británico declaró que si todos comieran menos carne y volaran menos podríamos desacelerar el cambio climático. Las reglas son para ti, no para mí. Los pequeños emperadores y la horda de burócratas y activistas que viajaron a Glasgow, al parecer, no recibieron el memo. El mandatario Joe Biden se desplazó por la ciudad en una caravana de 85 vehículos, muchos aerotransportados desde EE. UU., tragando gasolina y expulsando gases contaminantes. De ser cierto que cada minuto cuenta en el reloj del colapso climático, la reunión se podría haber realizado de forma virtual, sin arrancar un solo jet o vehículo blindado, en lugar de consumir incontables galones de combustibles fósiles y toneladas de carnes, quesos y vinos para discutir cómo ordenarles a los demás comer y volar menos. China produce una cuarta parte de los gases tóxicos que expulsa el mundo, mientras su mandatario, Xi Jinping, manifestó que su país no seguirá lo que disponga el G20, pero al igual que Putin en Rusia, sigue de cerca la reunión, irónicamente, de manera virtual.
Para la reunión en Glasgow, dos enormes barcos cruceros con motores expulsando gases tóxicos permanecen anclados en el río Clyde, para albergar al personal que atiende a los miles de delegados, burócratas y expertos que se ocupan de salvar al mundo. Para la movilización de VIP hay una flota de vehículos eléctricos; para el día de excursión al resort de lujo en Glenn Eagle se ha instalado una estación de carga eléctrica… alimentada por generadores que consumen derivados de petróleo.
La delegación de Zimbawe, encabezada por su presidente y un séquito de más de cien personas, incluye numerosos parientes y amigos de funcionarios aerotransportados. Cabe suponer que todos ellos son expertos preocupados por salvar al mundo de la hecatombe climática.
El cielo no se está cayendo; el poder se concentra y la libertad disminuye. La contaminación es un problema real; las intenciones de la clase gobernante y corporativista de reordenar el mundo e imponer un “nuevo modelo” son un problema mayor. El costo y daño será mayor para los países y poblaciones más pobres. No hay tal “última oportunidad” para entrar al cielo y salvarse del infierno pagando indulgencias. El mundo no se salvará sacrificando sobre el altar del cambio climático ante los dioses de la burocracia experta lo que ha tomado incontables generaciones construir; los mejores tiempos que jamás ha vivido la humanidad.
* Dr. Fritz Thomas, Ph.D., es Doctor en Economía por la Universidad Francisco Marroquín (UFM) de Guatemala y profesor de la misma casa de estudios.
El presente artículo fue publicado en Prensa Libre de Guatemala.
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