Santos Mercado

Revolución en la tribu – por Santos Mercado *

Nadie sospechaba la relevancia del trueque hace 20 mil años. Nadie alcanzó a ver que el intercambio libre y voluntario estaba rompiendo el viejo orden de violencia, saqueo y muerte que imperaba entre las tribus y manadas de humanos. El trueque fue una especie de “Caballo de Troya¨ para desintegrar a la manada, cambiar costumbres y quedarse por siempre.

Pero hay que decir que el trueque no nació en pañales de seda. Y tampoco se abrazó como para que todos se olvidaran de la violencia, conquistas y saqueos. Otra historia se habría escrito si se hubiera establecido como práctica común y general en las relaciones entre los hombres, las tribus y las naciones. Pero el hubiera no existe.

La primera mujer que se atrevió a ofrecer una pieza de pescado, en realidad no sabía cómo se iba a comportar la otra tribu. Le pudieron haber quitado el pescado, luego violado y muerta como sería lo normal de ese tiempo. Pero tuvo la suerte de encontrarse con otra mujer que tampoco tenía ganas de guerrear y se dispuso a ofrecerle un poco de frijol a cambio. Regresaron a sus aldeas ambas muy contentas. Pero te cuento que, al llegar a su tribu, ya la esperaban con enojo, le preguntaron dónde andaba y cuando les contó solo consiguió hacerlos rabiar, pues pensaban que había manchado el honor de la tribu, pues estaban acostumbrados a despojar y conseguir no solo un poco sino todo el frijol, animales y mujeres. De castigo, la mataron a pedradas.

La otra mujer tuvo mejor suerte. Llegó y contó cómo había obtenido el pescado, la tribu se dignó a escuchar con azoro, quizás reconocían que eran más débiles y estaban cansados de guerrear. Perdonaron su atrevimiento y, como les sobraba frijol, por su buena cosecha, mandaron a 7 mujeres a ofrecer a otras tribus. Cinco regresaron con pescado, maíz, conejos, arroz y naranjas. Las recibieron con alegría. Las otras dos mujeres no regresaron porque se encontraron con tribus ciegas de violencia y fueron despojadas, violadas y muertas.

Es que no es nada fácil quitar viejas costumbres de miles de años. Los jefes de las tribus educaban a la gente en el culto de la fuerza, el desprecio por la piedad y generosidad, el sacrificio a los deseos del líder y la creencia en la violencia como la forma más noble de la actividad humana. Creían en el poder y la gloria de una tribu sobre otra, en la fuerza del hombre sobre el hombre y no tanto en la fuerza del hombre sobre la naturaleza. Una filosofía tenebrosa de agresión y muerte. Por eso los hombres vivían, a lo más 25 años.

Pero ese pueblo que miró al trueque como cosa buena, se dispuso a dejar las armas, abandonar la filosofía de manada y entregarse al trueque, al comercio. Los hombres ya no necesitaban estar subordinados al jefe, rey o monarca, podían tomar decisiones. Así surgieron los fenicios. Construyeron naves, caminos y puentes para llegar lejos.

Desarrollaron las matemáticas, la contabilidad y especialmente el alfabeto, todo impulsado por el comercio, por el afán de lucro que se despertó en cada ciudadano.

Otro invento notable de los comerciantes fue el dinero. Es que el trueque tenía un gran problema. Si llevabas naranjas y querías pescado, pero el dueño del pescado no quería naranjas, tenías que andar buscando a un cliente que tuviera pescado y deseara naranjas.

Era difícil lograr que coincidieran las necesidades. A veces, regresaban con su cargamento por no encontrar al cliente adecuado.

Pero a uno de ellos se le ocurrió una idea genial: aceptar un bien que no le servía, pero que era apetecido por alguien que tenía lo que él traía, una triangulación. Quizás fue la sal, plumas del quetzal o conchas de mar. De cualquier manera, esos comerciantes, sin darse cuenta, estaban creando toda una institución que facilitaría los intercambios: el dinero.

Con el correr de muchos siglos, el dinero dejó de tener formas de conchas de mar, sal o tabaco y se fue estableciendo el metal oro como el mejor instrumento para comerciar.

Porque era escaso, no se podía reproducir como las plumas de quetzal o el tabaco. El oro se podía dividir en bolitas de diferente tamaño, no se echaba a perder y casi nadie lo rechazaba. Además, nadie podía producirlo a capricho y se podía transportar con facilidad.

¿Quiere decir que desde entonces la humanidad se ha dedicado al comercio? Por supuesto que no, más bien ha prevalecido la violencia. Pero aquellos pueblos que se dedicaron al comercio florecieron como nunca. La diferencia era enorme comparados con aquellas tribus que seguían con sus prácticas salvajes. Esa gran diferencia despertó la
envidia de las miserables tribus y manadas que de manera reiterativa asaltaban, despojaban y masacraban a los pueblos prósperos.

Así las tribus salvajes destruyeron a los fenicios, luego a los arameos, a los griegos, a los romanos. En tiempos no muy lejanos, y en la misma tesitura, la invasión de la tribu nazi contra Polonia, la de Fidel Castro contra Cuba, la de Mao contra el pueblo chino, etc.

Claro, ahora ya no usan lanzas y caballos, se han sofisticado y han inventado una nueva arma: la democracia. Son tribus que pueden destruir a un país hasta con la complicidad y alegría de sus ciudadanos. Echan abajo a una buena economía, despojan con la ley en la mano y se instalan para esclavizar “civilizadamente” a los comerciantes y agentes productivos mediante impuestos y regulaciones. Son salvajes que toman el control de la educación, la salud, el agua, las carreteras y van desapareciendo, silenciosamente, al mundo del comercio, la propiedad privada, la iniciativa personal y la competencia, todo para dejar el poder en un solo líder, jefe rey o dictador.

La humanidad no acaba de definirse por un camino correcto a fin de lograr un futuro próspero para todos. Sigue navegando entre dos aguas, sin rumbo definido. Países que parecen péndulos: socialismo a veces, capitalismo después y luego regresan. Algún día, espero, se decidirán conscientemente por la mejor vía.

* Dr. Santos Mercado Reyes Ph.D., es profesor de economía e investigador full-time de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) de México.

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