Santos Mercado

El salario – por Santos Mercado

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No siempre ha existido el salario. Hace más de 20 mil años, cuando solo existían tribus salvajes, violentas y enemigas entre sí, cada miembro de la tribu estaba obligado a obedecer al jefe, a cambio, podía comer lo que se hubiere pescado o recogido de los árboles. Era como hoy se ve en las familias numerosas donde el padre de familia lleva los alimentos a casa y decide lo que comen, visten y calzan sus hijos y mujer.

Aquellas tribus salvajes asaltaban, masacraban, y convertían en esclavos a los sobrevivientes de tribus aledañas. Por supuesto, a los capturados los ponían a trabajar y apenas les daban de comer para qué siguieran haciendo las grandes pirámides, por ejemplo.

Algún jefe o monarca tuvo la brillante idea de repartir tierras a fin de que algunos esclavos sembraran, cosecharan y le dieran la mitad del producto al señor feudal. Ello representó, en su momento, un gran avance porque dejaron de ser esclavos de tiempo completo y solo tenían que compartir con el dueño de la tierra, el resto del tiempo lo podían ocupar para otros menesteres.

Si el dueño de tierra necesitaba gente para cosechar, invitaba a sus vecinos y al terminar les pagaba con un costal de maíz, digamos. Era una especie de salario. De hecho, algunos pagaban con sal y de allí viene la palabra “salario”.

El salario es una institución que surge espontáneamente por la iniciativa de un individuo que requiere un servicio y que no utiliza la violencia o coacción contra otros individuos, es decir, no utiliza la esclavitud. El trabajador no obliga a un patrón, ni el patrón le puede poner una pistola en la cabeza para que aquél le trabaje. Son acuerdos libres y voluntarios. Si el trabajador no está de acuerdo con la paga, no hay fuerza que lo obligue a aceptar ese salario, simplemente pide más y si no hay acuerdo se da la vuelta y busca otro patrón u otra actividad o bien, con todo derecho regresa a su casa a descansar o dormir.

Del saco de maíz o de la sal se pasa a usar los billetes para pagar el salario. Esto representó mayores grados de libertad pues con ese dinero el trabajador podía elegir un mayor rango de bienes. Incluso podría comprar una casa, pagar la educación de sus hijos o viajar por el mundo, dependiendo de cuánto ganaba y cómo lo administraba.

El trabajo asalariado permitió el desarrollo de grandes proyectos, sobre todo en tiempos de la Revolución Industrial de Inglaterra. Gente de lejanas tierras acudían a las empresas para alquilarse como asalariados. Nadie los obligaba y aunque el trabajo era duro y extenuante, era una mejor opción que quedarse en sus tierras improductivas donde la constante eran el hambre y la miseria.

Cuando llegaban a Londres, dormían en cuartos pequeños, de madera y en el suelo. Pero conforme pasaba el tiempo iban mejorando cada vez más. Por eso casi nadie abandonaba los centros fabriles.

Los dueños de la fábrica estaban ansiosos de exportar sus productos más allá de los mares. Necesitaban urgentemente más mano de obra. No salían con un fusil en la mano para conseguir obreros, mas bien ponían letreros para ofrecer mejores sueldos que otras empresas. Y mientras más empresas se fundaban, más crecían los salarios. Era un fenómeno natural. Claro que, si llegaban muchos brazos a laborar, los salarios podían bajar.

Al principio el salario era por negociación libre y voluntaria entre patrón y trabajador. El patrón intentaba siempre pagar el menor salario posible, pero el trabajador intentaba lograr el mayor sueldo posible. Era el juego natural de oferta y demanda. Si llegaban a un acuerdo, firmaban el contrato y todo marchaba bien.

Pero llega el señor Carlos Marx con el discurso de la explotación y de que no recibían el salario justo, y que el patrón se enriquecía a costillas de los trabajadores. Marx nunca pudo contar la historia completa porque él mismo no la entendía. Veamos:

1. Si usted, que busca trabajo, decide aceptar un salario diario de dos pesos, ese es un salario justo. Lo es porque usted lo aceptó y el patrón aceptó, es decir, es un salario negociado por dos soberanos: el trabajador y el patrón. Si no le gustaba ese salario, usted podía pedir el doble o más, y si el patrón lo aceptaba, ese salario era justo, simplemente por ser acuerdo negociado entre las partes de manera libre y voluntaria. Nadie los obliga a estar de acuerdo, el patrón tiene la libertad de buscar otros trabajadores y el trabajador tiene la libertad de buscar otros patrones u otras actividades que le den los ingresos deseados.

2. Supongamos que el patrón logra enormes ganancias aprovechando el bajo salario que paga. Pero no está forzando a ningún trabajador, a nadie le pone una pistola en la cabeza para que labore allí. No se puede hablar de que hay explotación. Además, las enormes ganancias que logra el patrón beneficiarán a miles de trabajadores. Es porque ese dinero no se lo come el patrón, lo usará para ampliar su empresa y ello implica contratar más trabajadores; comprar materia prima que elaboran otros trabajadores; comprar maquinarias que hacen otros trabajadores y elaborará nuevos productos, que satisfarán a miles de consumidores. Y, supongamos que con las ganancias se construye un gran palacio. Para ello necesitará albañiles, plomeros, ingenieros, arquitectos, cemento, cal, varillas, etc. Todo ello implica darle trabajo a mucha gente. Y supongamos que en la casa del patrón se llena de lujo, vinos y comen kilos de caviar todos los días. Pero esto también implica darle trabajo a mucha gente. En otras palabras: mientras más gana el empresario, más se beneficia la gente. Y aún cuando el empresario no tuviera grandes iniciativas para hacer más industria y solo se le ocurra depositar todas sus ganancias en un banco, también estaría beneficiando a miles de personas ya que ese dinero no se queda en las bóvedas del banco, sino que se pone a la disposición de aquellos ciudadanos que desean emprender un negocio, abrir una empresa o salir de algún problema, es decir, las decisiones de ese empresario “explotador” siguen beneficiando a mucha gente.

Sin embargo, las ideas de Carlos Marx dan camino a la formación de sindicatos bajo la bandera de mejorar los salarios y las condiciones del trabajo. ¿Cuál fue el resultado?

1. Los sindicatos arrebataron a los trabajadores su capacidad de negociación. Ahora intervendrá un sindicato que supuestamente representa a los trabajadores. Monopolizan la negociación, actúan de manera violenta, atentan contra la propiedad privada, hacen huelgas destructivas, desalientan la inversión y logran lo contrario a los objetivos: Menos empresas ante el temor a los sindicatos, más desempleo por la quiebra de empresas que no resisten.

2. Los gobiernos se suman a la destrucción de empresas pues generan legislaciones laborales que perjudican a las empresas: decretan los salarios que deben pagar las empresas, dan privilegios a los sindicatos, crean el derecho de huelga, obligan a pagar indemnizaciones, vacaciones pagadas, aguinaldo, reparto de utilidades, derechos de sindicalización, etc.

3. El gobierno decreta el salario mínimo para muchos oficios y trabajos generales. Esto, que parece cosa buena termina por suicidar a cualquier economía. Si tan solo fuera cosa de dictar cuánto debe pagar una empresa, pues podría obligar a un salario mínimo de mil pesos mexicanos diarios. Pero esto tiene efectos económicos. Muchas empresas se verían obligadas a cerrar, crecería el desempleo, se crearía una gran miseria. Lo mismo pasaría si decretara un sueldo mínimo de 50 pesos diarios. Se verían afectados miles de trabajadores que no pueden sobrevivir con esa cantidad.

Soluciones

1. Los trabajadores deben recuperar su capacidad de negociar directamente con su patrón. Llegar a un acuerdo libre y voluntario sobre el sueldo diario, las horas de trabajo y prestaciones. Todo sin intervención de sindicatos.

2. Los sindicatos deben desaparecer o al menos no ser el intermediario entre trabajador y patrón. Quizás su labor se reduzca a educar al trabajador para que éste aprenda a negociar, a vender al mejor precio su libertad o sus horas de trabajo. Formar cajas de ahorro y crédito, fomentar el deporte u otras actividades que no implique atentar contra las empresas. Por ejemplo, fomentar que los trabajadores se hagan accionistas de la empresa donde laboran, entre otras opciones.

3. Las leyes laborales de México se deben derogar, especialmente el artículo 123 que se refiere a la relación entre trabajador y patrón. Parecía cosa buena, pero resultó mala para el trabajador, para el empresario y para la sociedad.

* Dr. Santos Mercado Reyes Ph.D., es profesor de economía e investigador full-time de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) de México.

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