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Toda persona que aterriza en este mundo le llega el tiempo de resolver dos dilemas importantes de su vida. Quiere ser cabeza de ratón o cola de león.
La cabeza de ratón es pequeña, pero tiene la virtud de poder decidir por sí misma, tomar riesgos, emprender, se convierte en hombre de negocios, aprende a multiplicar el dinero, a crear fuentes de trabajo y puede llegar a construir grandes empresas.
La cola de león es grande, se mueve, pero no por sí misma, obedece las órdenes que le da el león, carece de iniciativa propia, imposible que tome decisiones por sí misma.
En un país capitalista, de libre mercado, cada joven tiene la libertad de elegir. Puede inclinarse por la medicina, pero es para trabajar como empleado en un hospital o prefiere buscar la forma de poner su propia clínica. Ser empleado no es un delito ni un deshonor, y más si es un buen trabajador: cumplido, honrado y buen colaborador de la empresa.
En un país comunista, todos deben conformarse con ser cola de león, es decir, tienen prohibido tomar decisiones propias, deben obedecer las decisiones del león es decir del líder, dictador o tirano que gobierna esa nación. Aquél que quiere tomar decisiones propias, emprender un negocio o algo parecido, simplemente es expulsado o se le corta la cabeza pues entra en contradicción con los planes del Estado.
Construir un país capitalista no quiere decir que se va a obligar para que todos sean empresarios, eso sería imposible, pero aquél que se le ocurre hacer motores, computadoras o naves espaciales, tiene toda la libertad de trabajar para realizar sus sueños. Puede comprar materia prima, contratar trabajadores y despedir a los que no le sirva, poner a la venta sus productos y ganar dinero sin más límite que el que le imponga su talento. Esto se llama: libertad capitalista.
Hay una enorme diferencia entre un país comunista y uno capitalista. En general, todo país comunista presenta pobreza, miseria, hambre y atraso. Todo ello a pesar de las mejores intenciones del líder que los gobierna. Supongamos, sin conceder, que Mao Tse Tung, líder del Partido Comunista de China hasta 1976, deseaba construir una nación más próspera que los Estados Unidos de América; lo mismo decían José Stalin, Adolfo Hitler y Fidel Castro. Pero los resultados fueron todo lo contrario. ¿Por qué?
El problema está en el método de la línea comunista. En efecto, el método se llama planificación centralizada. Quiere decir que desde un centro de control se tomarán las decisiones de qué producir, qué sembrar y cómo repartir. La población tiene prohibido romper o disentir de las decisiones de sus líderes, solo una cabeza es la que tiene libertad de pensar, decidir y ordenar y todos los demás deben obedecer. En realidad, se trata de un sistema muy semejante al de las viejas tribus donde había un jefe y todos los demás debían obedecer. La única diferencia es que en las viejas tribus estaban formadas por unos cientos o miles de hombres y vestían taparrabos o pieles rústicas; las nuevas tribus socialistas, comunistas o nazis usan zapatos, uniformes y vehículos automotores. La diferencia es solo numérica y tecnológica, pero la estructura política es la misma, es la de una tribu salvaje.
En cambio, en el capitalismo, cada persona tiene la libertad de pensar y tomar decisiones. Por ejemplo, el supermillonario Jeff Bezos decidió construir su propia base aérea, su nave y despegar para subir al espacio. Una iniciativa que nadie se había atrevido. El propio Bezos y otros se arriesgaron a subir a la nave. Fue todo un éxito del emprendimiento de un solo hombre. Claro, para ello contrató a ingenieros, físicos, químicos, matemáticos, y miles o millones de personas contribuyeron para hacer realidad “el capricho de un millonario”, pero gracias a ese capricho mucha gente tuvo trabajo. Y lo que ahora pudo hacer un hombre y su pequeño grupo, al rato se va a volver popular, como los viajes en avión.
Lo mismo podemos decir de Steve Jobs, con las computadoras que ahora caben en un bolsillo y millones de personas las disfrutan.
En resumen, podemos decir que cuando un país goza de la libertad de pensar y hacer, ese país irremediablemente se enriquece. Pero donde está prohibido pensar y emprender y solo el líder toma decisiones, ese país se convierte en miserable, hambriento y atrasado.
La moraleja para el desarrollo y prosperidad la podemos resumir en “deja en libertad al talento y emprendimiento de la gente”. O dicho de otra manera: Los empresarios son los verdaderos héroes y revolucionarios de un pueblo.
* Dr. Santos Mercado Reyes Ph.D., es profesor de economía e investigador full-time de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) de México.
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